Opinión

Bill Gates quiere controlar su mente

Tiene gracia que haya peña que vea confabulaciones en esto de la vacunación, cuando existen empresas que ya conocen qué camiseta te vas a comprar el mes que viene.

El hombre siempre ha necesitado un Dr. No que dé sentido a su existencia. Dios necesita al diablo tanto como Sherlock Holmes a Moriarty y James Bond a Spectre. Son sus némesis las que justifican su presencia. Hoy, que vivimos en una época de conspiraciones igual que antes hubo una de ideologías y otra de absolutismos, tenemos en Bill Gates a nuestro particular y actualizado Fu Manchú. A su lado, aquella teoría del montaje de la llegada a la Luna de Stanley Kubrick resulta una fábula infantil. Aquí tenemos un supervillano, alguien a la altura de Gru. Después de haberse colado en los ordenadores de nuestros domicilios con inteligentes añagazas y hábiles pretextos, ha ingeniado una sutilísima artimaña para controlar nuestras mentes: las vacunas contra la Covid.

Con la vacunación de Araceli, cierto número de voces han advertido de esta conjura y han alertado, como difundía uno con cierta retranca por ese océano que es Twitter, que el secreto de sus croquetas ha quedado al descubierto: ahora en Silicon Valley también conocerán los ingredientes de su masa, lo que debe resultar imperdonable, según defienden algunos.

Es casi conmovedor cómo la sociedad de masas, después de más de una centuria de adoctrinamientos, se aviene ahora en defensa de su individualidad boicoteando a la ciencia en vez de a los políticos caraduras o las empresas tecnológicas, que son como Poncio Pilato, siempre están lavándose las manos de todo lo que sucede. Y que lo haga, además, en un mundo donde la publicidad del portátil te indica, por arte de magia o destinos del azar, dónde puedes comprar el vaquero del que usted habló hace una hora y el móvil parezca adelantarse a sus deseos al señalar dónde venden los mejores roscones de Reyes del barrio. Todo esto es casual y nada sospechoso, por supuesto, como los carteles de neones que adornan las azoteas y los anuncios de esta televisión por plataformas que nos han metido en los hogares. Eso de que Daniel Craig conduzca un Jaguar en vez de un BMW o que luzca un Rolex en lugar de un Tag Heuer solo es atrezo, nada intencionado, algo que se le ha ocurrido a última hora, nunca mejor dicho, al pardillo que se encarga del vestuario.

Nadie reparaba en la falta o no de libertad en la nueva cultura de la gratuidad ni mencionaba supuestos dirigismos cuando entregaba los datos personales para abrirse un email, apuntarse a lo de Instagram o meterse en cualquier otra de las redes sociales que abundan, porque la pela es la pela, y si cualquier puede ahorrarse unos duros, mucho mejor, que el bolsillo es más sagrado que nuestras supuestas autonomías intelectuales. Tiene gracia que haya peña que vea confabulaciones en esto de la vacunación, cuando existen empresas que ya conocen qué camiseta te vas a comprar el mes que viene.