Editorial

La semilla de Trump

El mundo entero ha asistido al retransmisión en directo del asalto a una democracia, la más vieja del mundo, la más respetada, la que parecía indestructible, la que es un espejo en la que mirarse. Pero hemos contemplado perplejos, incrédulos, indignados y, por qué no, con miedo por la devastación que estas imágenes pueden causar en la lucha por la democracia en el mundo, allí donde ni existe o es un puro régimen tiránico.

El asalto al Capitolio de Washington puede definirse de muchas maneras, como un golpe, como una insurrección, con un acto de sedición contra la soberanía nacional, incluso como un grotesco espectáculo de lo que puede dar de sí el populismo trumpista, pero, en esencia, ha sido un ataque contra la democracia. Un acto sin precedentes, gravísimo y triste que tendrá consecuencias en el futuro de Estados Unidos. Invadir el Congreso en el momento en el que se ratificaba el resultado de las elecciones del pasado del 3 de noviembre no tenía más objetivo que impedir el traspaso de poderes, trámite necesario para que Joe Biden pudiese jurar en las escalinatas del mismo Capitolio ahora profanadas por la turba ser el 46 presidente de EE UU. Ese traspaso es la clave de bóveda de la democracia, la que hace realidad la voluntad popular expresada en las urnas.

El acto en sí vandálico y coherente con la esperpéntica estética del trumpismo, fue una patada a la constitución y a las reglas del juego democrático. Donald Trump ha puesto en escena un espectáculo del que deberá responder y será difícil que a estas alturas se desvincule de los miles de seguidores que asaltaron el Capitolio animado por ese relato que ha querido imponer casi desde el principio de su mandato: si era relevado de la Casa Blanca es porque ha sido víctima de un fraude electoral. Perdió las elecciones, agotó todas las formas que la ley prevé ante estos casos -recuentos, recursos judiciales- y sólo se quedó ante su argumento indemostrable: le han robado las elecciones.

Estamos ante el mayor ejemplo de lo que quiere decir una “fake”, convertir la mentira en verdad, pero, por encima de su tremenda irresponsabilidad de Trump, ahora se abre un futuro incierto para la gran nació americana. Por un lado, está la aplicación de la 25 enmienda de la Constitución de los EE UU, lo que supondría el cese de Trump mientras el vicepresidente Mike Pence se haría cargo del país: por otro, el impeachment, juicio político que necesita tiempo para su aplicación, con idénticas consecuencias.

En todo caso, el próximo 20 de enero, Joe Biden tomará posesión de la presidencia con un único objetivo: coser las heridas abiertas en EEUU, reconciliar a la sociedad tras una polarización que ha llevado al asalto del Coliseo como colofón de la etapa trumpista. Se abren otras incógnitas, como la responsabilidad penal de Trump ante lo acontecido, una respuesta justa para defender la democracia americana. Esperemos que lo vivido ayer sirva para vacunar a todos los populismos de su mesiánica negación de la democracia en nombre una voluntad popular secuestrada.