Opinión

Fragilidad de la democracia

Como ocurre con el amor, la democracia no nace corrompida; se corrompe por el abandono. Es lo que ocurrió el día de Reyes en Estados Unidos. Todo el mundo estuvo durante unas horas en vilo, pendiente del asalto al Capitolio, sede de la soberanía nacional, a manos de unas hordas incitadas por el presidente saliente, que no se resignaba a su derrota en las urnas. Superado el trance de la insurrección, con el balance de algunos muertos y heridos, es el momento de la reconciliación –ardua tarea– y de pedir cuentas al principal responsable del tremendo estropicio. Bajo su mandato en la Casa Blanca, se ha ido deteriorando, por abandono y pintarrajeos de tuits en la fachada, el viejo edificio de la democracia americana, que parecía la más consolidada del mundo. Al final, como suele pasar cuando la pasión del poder se impone como objetivo supremo de la vida, recurrió al asalto y la piqueta, con la ayuda de las turbas. Lo típico de cualquier insurrección.

No es difícil sacar la moraleja. La primera lección que nos llega de Washington es que la democracia es frágil y hay que cuidarla. Los extremismos y los populismos no son recomendables. El propio presidente Sánchez aboga, con buen criterio, por «el triunfo de la democracia sobre los extremismos». Haría bien en aplicarse el cuento. Supongo que es consciente de que convive en el Gobierno con una fuerza política radicalmente extremista, cuyo líder incitaba, no hace tanto, a rodear y asaltar el Congreso de los Diputados al grito de «¡No nos representan!» Hay razones para pensar que no ha desistido de semejante propósito antidemocrático. Ahora se esfuerza desde el poder en destruir el acogedor edificio de la Transición y derribar su columna fundamental: la Monarquía parlamentaria. Parece que sigue soñando con «tomar el cielo al asalto» y hacer irreversible, como Trump, la ocupación del poder «con la ayuda de la gente», vociferante, fanatizada y asaltadora.

En España se está perdiendo el espíritu de la Transición, que condujo a la reconciliación y a la Constitución de la concordia. Ahora dominan la vida pública la discordia, la polarización y el ajuste de cuentas históricas. ¿De qué ha servido aquel esfuerzo? ¿Es que no aprenderemos nunca? El escenario aparece poblado de fantasmas arrogantes y rencorosos con teas en las manos, de parecida ralea que los que asaltaron el día de Reyes el Capitolio de Estados Unidos.