Editorial

El Gobierno se esconde en la tormenta

Pasada la primera parte del temporal, cuando las bajas temperaturas hielan los pueblos y ciudades de una parte del país, hay una imagen que destaca por encima de todas: los vecinos limpian las puertas de sus casas, abren vías para poder circular en las calles, como así se ha visto en Madrid, directamente asumen la parte que les corresponde sin cruzarse de brazos, como también han hecho en otros lugares muchos españoles. Un comportamiento ejemplar que pone en primer término el sentido de pertenencia a una ciudadanía que rehuye de la cómoda cultura de la queja y prefiere asumir su responsabilidad en la parte que le toca. Ante un temporal de esta magnitud, cada uno debe asumir su papel, sin esperar a que sea el Estado –mal entendido como toda esa burocracia que no es ciudadanía– haga lo que está en manos de las personas. Las administraciones tienen otras funciones, la que se ocupa de las grandes infraestructuras, la de mantener la movilidad –en carreteras, autovías y aeropuertos–, la de que los servicios públicos estén abiertos –transporte, dentro de lo posible, y centros sanitarios–, la de que nadie muera de frío en la calle y sea atendido por los servicios sociales. Esta lección, la del ciudadano que por su cuenta asume la responsabilidad de cuidar de lo común, es un ejemplo que deberíamos conservar en un momento en el que existe una desafección creciente hacia la política. Cuando lo peor había pasado, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez hace acto de presencia para presidir el comité nacional de Protección Civil, dos días más tarde de la gran nevada y cuando las grandes vías de Madrid habían sido desbloqueadas y las decisiones habían sido impuestas por la malísimas condiciones meteorológicas. Todo indica que Sánchez ha vuelto a utilizar la misma estrategia de marketing político que en los peores momentos de la pandemia del coronavirus: quitarse del medio y dejar que toda la responsabilidad recaiga en las comunidades autónomas y, en este caso, en las ciudades, con especial énfasis en la capital, dada sus dimensiones, población y servicios que la mantienen. Antes que correr ningún riesgo que afecte a su imagen y puntuación en la apreciación de la ciudadanía, prefiere mantenerse al margen y esperar que sus adversarios paguen su propia inacción. Si sale bien, el éxito es suyo; si sale mal, el fracaso es de los otros. De nuevo, vuelve a evidenciarse la falta de liderazgo, empatía y sentido cívico al desaparecer en los momentos más dificiles.

Queda claro que este es un Gobierno sobrecargado ideológicamente, sin sensibilidad hacia las cuestiones que afectan a la mayoría y con una parte de él, la que representa Pablo Iglesias, que aunque tenga atribuciones en aspectos del bienestar común, prefiere seguir manteniendo las batallas que a nadie importa. Los ciudadanos están, afortunadamente, una vez más por encima de su Gobierno.