Pablo Iglesias
Iglesias, el gran demagogo
Lo que dice y hace ahora, salvo en los casos que le interesa por motivos electoralistas, nada tiene que ver con lo que alardeaba cuando estaba en la oposición
Una cosa que siempre me ha llamado la atención es la obsesión comunista por el culto a la personalidad. Estamos ante una pintoresca colección de “narcisos” históricos encantados de haberse conocido. Esto les conducía a un machismo desenfrenado, porque habían sido cuidados con gran mimo, algo habitual en los casos de padres separados, por sus madres, abuelas y tías abuelas. El rol que veían esos comunistas narcisistas era, precisamente, el de la mujer encargada de las tareas del hogar mientras que el padre era el sufrido luchador contra el zarismo, los señores de la guerra chinos o el franquismo. La Unión Soviética estaba llena de calles, plazas y ciudades con el nombre de Stalin, que era “el padrecito de los pueblos” y, como buen comunista ruso, era un genocida sin escrúpulos y, además, un machista irredento. A su muerte, le sucedió Jrushchov que se encargó de purgar el pasado y dar a conocer el horror del estalinismo con el que había colaborado con gran fervor. En su informe secreto en el XX Congreso (1956) hizo un balance pormenorizado de los abusos de poder y arbitrariedades que había cometido su amado líder. Una de las faltas graves fue el culto exorbitado a la personalidad. ¡Qué sorpresa! En 1961, con motivo del XXII insistió en la condena a ese culto y a los crímenes del fallecido dictador.
Jrushchov sería destituido en 1964 acusado, precisamente, de haber restaurado el culto a la personalidad, así como de abuso de poder y errores de gestión. Estos tres aspectos caracterizan, junto a las actuaciones criminales, la corrupción y la persecución de la disidencia, a los dirigentes comunistas siempre que han instaurado sus dictaduras. Nuestro querido y admirado vicepresidente Iglesias es un comunista de manual, aunque sin haber alcanzado todavía el sueño de imponer un régimen autoritario bolivariano, que es ahora lo que se lleva en el comunismo cañí hispano. Y como buen demagogo, la incoherencia forma parte de su activismo asambleario. Lo que dice y hace ahora, salvo en los casos que le interesa por motivos electoralistas, nada tiene que ver con lo que alardeaba cuando estaba en la oposición. No hay más que escuchar lo que decía: “podemos asegurar a los ciudadanos de este país que se les va a bajar la factura de la luz” o “hace falta ya un gobierno patriota que diga que la luz es un derecho”. Desde luego, es un modelo de coherencia comunista y demagogia populista. El político que despreciaba a Sánchez y le miraba por encima del hombro ahora se sienta feliz en el consejo de ministros.
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