Opinión

Victoria póstuma para Maurice

Pues bien, esta semana, a pesar de que el gallo Maurice ya ha pasado a mejor vida, Francia ha aprobado una ley que protege el «patrimonio sensorial» de sus zonas rurales

Una pareja de jubilados del centro de Francia se marcha a su segunda residencia en la isla de Saint-Pierre-d’ Oléron, al suroeste francés. Hasta ahí todo normal. Cada vez más gente deja la ciudad por el pueblo en busca de viviendas más baratas, un modo de vida más sano y la dichosa tranquilidad. En el campo no te despierta una moto de gran cilindrada, el taladro de una obra o unos borrachos volviendo a casa. La banda sonora la forman los tañidos de campanas, el viento soplando contra las hojas, el murmullo del agua, los balidos de las granjas y los pasos de los vecinos por el empedrado.

Al cabo de un tiempo, la pareja denunció a Corinne Seuer, la dueña de un gallo por las molestias que éste le causaba con su cacareo madrugador. Según su abogado, su casa está ubicada en la zona residencial del pueblo. Por lo tanto, tenían derecho a exigir «silencio» y llevaron a los tribunales a Seuer y su gallo Maurice. Les acusaban de «perjuicio sonoro». Pero Seuer no estaba sola. El mundo rural se unió entorno a su causa. Se consiguieron decenas de miles de firmas. Y lo que es más importante, en 2019, la Justicia gala rechazó la demanda, condenando de paso a los demandantes a pagarle 1.000 euros a Seuer por daños y perjuicios. Maurice podía seguir cantando, aunque en algunos pueblos, los ruidos campestres, se seguían llevando a los tribunales.

Los roces entre urbanitas y aldeanos son cada vez más comunes. En la pequeña Gajac, también al suroeste, el alcalde Bruno Dionis du Séjour, ya había pedido que el Gobierno galo declarase los sonidos del mundo rural, desde los ladridos a los mugidos, parte del patrimonio nacional de Francia. Así evitarían juicios como el del gallo Maurice, cada vez más constantes. Agricultor jubilado, escribió una carta abierta para advertir a los recién llegados al entorno campestre que «descubren que los huevos no crecen en los árboles». Su misiva tuvo amplia repercusión y llegó hasta el Parlamento.

Ese mismo verano, otro alcalde del sureste colocó un letrero de «bienvenida» a prueba de denuncias en la entrada de Saint-André-de-Valborgne. «Atención, ciudadano. Usted entra en un pueblo francés por su cuenta y riesgo. Tenemos campanas que suenan con regularidad y gallos que cantan muy temprano. Si no lo soporta, está en el lugar equivocado».

Pues bien, esta semana, a pesar de que el gallo Maurice ya ha pasado a mejor vida, Francia ha aprobado una ley que protege el «patrimonio sensorial» de sus zonas rurales. Los diputados han votado a favor de una legislación para «definir y proteger el patrimonio sensorial de la campaña francesa». Según el propio ministro de Asuntos Rurales, Joël Giraud, gracias a una mejor comprensión de los «sonidos y olores» típicos de las áreas rurales se van a prevenir «desacuerdos entre vecinos». Después, en su perfil de Twitter, Giraud recordó al ave denunciado: «Una victoria póstuma para el gallo Maurice, símbolo de la ruralidad».