Pedro Sánchez

Sánchez y la violencia

Pedro Sánchez intentará sacar partido de esta ofensiva y consolidar su imagen de político tranquilo, un poco por encima del Bien y del Mal

La sociedad española es ya tan dócil y gobernable que los sucesos ocurridos tras el encarcelamiento de un delincuente multi reincidente han traído, no un debate sobre la violencia en las calles, sino otro sobre… la libertad de expresión.

En cuanto a esto último, no hay ninguna duda de que en nuestro país rige un grado máximo de libertad de expresión. Aquí siempre se ha podido decir –y hacer– lo que a cada cual le ha venido en gana. Sobre todo cuando todo estaba prohibido. Ahora que todo está permitido la cosa, como era de esperar, degenera. La independencia interior sufre con la indiferencia general y el decaimiento acaba trasladándose a la esfera pública. Aun así, el margen sigue siendo inmenso y si hay algún límite lo ponen siempre quienes más dicen defender la libertad de expresión.

Por lo fundamental, el debate ha servido para disimular lo que realmente ha estado ocurriendo estos días. Y es que por primera vez en décadas, dos gobiernos españoles, el central y el de la región catalana, han espoleado la violencia en la calle y muy, probablemente, han estado detrás de los incidentes ocurridos.

En cuanto a la violencia en sí, nuestro país no es una excepción, o por lo menos no lo es del todo. En estos últimos años ha habido más violencia en Estados Unidos (BLM) o en Francia (Gillets Jaunes) que aquí. La diferencia estriba en que en España la violencia responde a una estrategia política gubernamental. Por parte de los independentistas, para presionar al Gobierno central, y por parte de los ministros y vicepresidentes podemitas, para presionar al Presidente del Gobierno del que ellos mismos forman parte.

Pedro Sánchez intentará sacar partido de esta ofensiva y consolidar su imagen de político tranquilo, un poco por encima del Bien y del Mal. Es posible que lo logre, dada la simpática y anestesiada disposición de nuestros compatriotas. Aun así, Sánchez también habrá comprendido el mensaje que sus socios de gobierno y de proyecto le han hecho llegar en estas noches de vandalismo y saqueo. En Cataluña han proseguido los disturbios, pero allí rigen otras leyes, relacionadas con la fantasía alternativa de una nueva Rosa de fuego como de la anarquía de principios de siglo y la de la guerra civil intra republicana, entre 1936 y 1939. La respuesta del ministerio del Interior en Madrid, en cambio, ha permitido ver hasta dónde llega la tolerancia de Sánchez. No es ilimitada, ni mucho menos, y será graduada en función de las necesidades tácticas.

Queda el hecho de que el Gobierno progresista dirime sus diferencias no en el Consejo de ministros ni en los despachos de los partidos correspondientes, sino en la calle, a fuerza de saqueos y a pedrada limpia contra los vecinos y las Fuerzas de Seguridad del Estado. Es tanto como decir que el social peronismo ha tomado como rehén a la sociedad española. Proponerse como garante de la seguridad y la tranquilidad en estas circunstancias significa que Pedro Sánchez sabe que el proyecto que encabeza no saldrá adelante sin el recurso a la violencia.