Política

El efímero Pablo Iglesias

Al final se hará el seppuku ritual, en este caso simbólico, y como buen samurái caído en desgracia dejará paso a una mayor victoria socialista

El recuerdo de la victoria del PP el 3 de marzo de 1996 permite reflexionar sobre la situación del centroderecha, pero también de Sánchez y su ambicioso vicepresidente Iglesias. A nadie le sorprenderá que el inquilino de La Moncloa, que la derecha más radical llamaba despectivamente «el okupa» tras la moción de censura, este feliz como una perdiz por su división en tres partidos. Lo que es un panorama desolador para el centroderecha es un motivo de inmensa satisfacción para la izquierda.

¿Cómo no iba a ser Sánchez inmensamente feliz si tiene el viento a su favor? En primer lugar, ha conseguido aprobar los presupuestos y en caso de dificultad solo tiene que prorrogarlos. A esto se añade que, a diferencia de lo que le sucedió a Rajoy, no tiene una mayoría alternativa para una moción de censura viable. Otra cuestión distinta es que Vox entretenga al venerable público y excite el ardor guerrero de una derecha sin expectativas de gobierno. Es cierto que es una acción que resulta tan gratificante como irrelevante.

Por otra parte, una posible ruptura con Podemos es solo un sueño inalcanzable del centroderecha sociológico que se ha instalado en la irresponsable comodidad del voto del cabreo. Hace tiempo que estoy convencido de que Sánchez será como un shogun antes de la Era Mejí y la caída de los Tokugawa. El poder real estará en La Moncloa, ostentando el control directo del ejecutivo e indirectamente del legislativo y judicial mientras que los pequeños daimos hispanos, en este caso la oposición y los líderes autonómicos, vivirán felices con la pequeña parcela de poder que les otorga el poderoso shogun.

A este ritmo será vitalicio, porque siendo mayoría el centroderecha se encuentra que su división y enfrentamientos sólo hacen que favorecer el poder creciente de nuestro Tokugawa Iesyasu. El pobre Iglesias, tan feliz con su actual cargo en la corte de Edo, será fagocitado por aquel que sistemáticamente menosprecio y acabará siendo un samurái errante, como si fuera un ronin, ya que su condición de daimo pro tempore acabará en las próximas elecciones. Le quedará recordar el pasado, cuando soñaba con conquistar Edo, y al igual que Hidetora Ichimonji en la genial «Ran» de Kurosawa, se verá traicionado por todos.

Es el problema de los soberbios. Al final se hará el seppuku ritual, en este caso simbólico, y como buen samurái caído en desgracia dejará paso a una mayor victoria socialista.