Opinión
La refriega electoral
Podemos fue en su día una enmienda a la totalidad al bipartidismo del PP y PSOE, aquellos «viejos partidos»
Pablo Iglesias se ha demostrado incapaz de rentabilizar su acción de Gobierno pese a su presencia en el Consejo de Ministros con cinco sillones. Fue un error asumir el riesgo de ser fagocitado por Pedro Sánchez. Así lo expresan, sin excesivo secretismo, desde el núcleo duro morado. Ahora ya tienen claro que el PSOE les entregó carteras sin competencias, salvo Trabajo. «Quisieron atraparnos en la moqueta institucional», apunta un asesor muy especial del secretario general de Unidas Podemos.
Los hechos son tozudos: solo en el último año, las sucesivas citas con las urnas, desde Cataluña a Galicia pasando por el País Vasco, han sido una suma de reveses para Iglesias. Pero suyas han sido las decisiones que han arrastrado a sus siglas a la irrelevancia o casi a la desaparición en unos territorios, y en otros al desgaste en batallas y divisiones internas. La sangría está a la vista de todos. Y el máximo responsable también. De ahí que Iglesias no podía permitirse de ninguna manera sumar otro batacazo. Porque, además, el siguiente era nada más y nada menos que en Madrid.
Podemos es, ante todo, un proyecto madrileño. Un movimiento nacido al calor del 15-M y aupado por el descontento de la ciudadanía con el funcionamiento del país en un momento de fuerte demanda de cambio. Los morados fueron en su día una enmienda a la totalidad al bipartidismo del PP y PSOE, catalogados como «viejos partidos». Aquel vendaval político puso en el mapa a Iglesias, al igual que poco después aupó a Albert Rivera. Pero las curas de humildad no tardaron en llegar. Hoy sus organizaciones son dos barcos al borde del hundimiento. Rivera, políticamente hablando, es historia, y el futuro de Iglesias se presenta negro, por más que siga los pasos de Salvador Illa –¿quien recuerda ya al tanto tiempo omnipresente ministro de Sanidad?– y alargue hasta el último minuto su presencia en La Moncloa como vicepresidente del Gobierno para usar esa atalaya como particular reclamo electoral.
La salida de Iglesias del Gobierno, apuntan los suyos, llegará el 14 de abril. Sin duda una fecha escogida con toda la carga simbólica del 90º aniversario de la Segunda República. El líder de Podemos desea impulsar esa imagen de las dos Españas a las que él siempre se aferra… colgado de una de ellas. «Comunistas contra fascistas», se escucha en la sede morada. Es la dicotomía que despunta por las bravas como táctica para reflotar un partido en caída libre. El plan pasa por la gesta de alcanzar en la Comunidad de Madrid la tercera posición y adelantar a Más Madrid. Su confianza está en salvar las siglas del derrumbe que prevén ahora mismo las encuestas y quedarse en la asamblea regional para reconstruir la marca.
La gran obsesión de Iglesias y el círculo de hierro que lo rodea son Iñigo Errejón, Tania Sánchez y compañía. De ahí que buena parte de las decisiones que adoptan las huestes moradas sean «en clave Íñigo». «La batalla con quien fuera su ‘amigo íntimo’ le quita el sueño», me apunta el asesor de Iglesias antes citado: «Quiere sobrepasarlo el 4-M en Madrid y llevárselo por delante luego en las elecciones generales». Mientras, en La Moncloa, advierten del alto riesgo de la apuesta de Iglesias, que solo explican por su hambre de visibilidad y por las ansias por «comerse a Más Madrid». «Pablo sufre un síndrome de Peter Pan que no le permite terminar con sus obsesiones de juventud», apunta un fontanero monclovita a quien se le agranda la sonrisa al despedir al todavía vicepresidente segundo para devolverlo a su «hábitat natural»: la refriega electoral.
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