Política

Tránsfugas y cabildeo

La voracidad de Pedro Sánchez no tiene límites. Es como la de los lobos que atacan los rebaños y campan a sus anchas más arriba del Duero

Esta es Castilla, que hace a los hombres y los gasta, según don Pedro López de Ayala. Lo asombroso es que esto sucedía ya, como se ve, a finales del siglo XIV, antes de que Castilla se ensanchara por el mundo, creara una hermosa lengua y fuera dominadora; antes de que hiciera a España y mucho antes de que la propia Castilla la deshiciera. Y en esas estamos.

La moción de censura, promovida desde La Moncloa, dentro de una amplia operación política destinada a afianzar en España la permanencia de la izquierda en el poder, ni siquiera ha tenido en cuenta que la pandemia y sus demoledores efectos exigían ahora dedicar todas las fuerzas a hacer frente al grave problema que tiene a todo el mundo con el corazón encogido. La voracidad de Pedro Sánchez no tiene límites. Es como la de los lobos que atacan los rebaños y campan a sus anchas más arriba del Duero. En Murcia, donde empezó la prueba, en Madrid, donde la lucha es encarnizada, y en Castilla y León, donde se han superado todos los despropósitos, la idea es acabar con la derecha o dejarla tocada de ala de cara a las elecciones generales adelantadas al otoño o a la primavera próxima.

Lo más chocante de toda esta operación, que ha intentado aprovecharse de la crisis de Ciudadanos, es el cínico desparpajo con que han pretendido cargar sobre la víctima los desafueros del agresor. Esta vez la culpa no es de la derecha, que se ha visto sorprendida y sólo en Madrid ha tenido reflejos para reaccionar a tiempo. Tanto en Murcia, de forma manifiesta –aún queda el Ayuntamiento–, como en Castilla y León, han sido los sanchistas los que han pretendido doblegar voluntades mediante el cabildeo más indecente y los que han alentado descaradamente el transfuguismo. Si tienen ocasión, lo harán también en Madrid. Cabildear, según el diccionario, es hacer gestiones con actividad y maña para ganar voluntades en una corporación. Pues observen de cerca al murciano Diego Conesa y a Luis Tudanca en Valladolid. No los pierdan de vista.

Todo esto va en contra del espíritu comunero, de la Castilla del pueblo, en la que nadie es más que nadie y en la que aún rige la ley antigua de que la palabra es sagrada y de que los tratos se cierran con un apretón de manos.