Vida cotidiana

El aleteo de una mariposa o el envoltorio de un sándwich

Mi hijo se puso el miércoles por la tarde a perseguir una mariposa y ésta se puso a aletear con furia hasta que escapó. Será casualidad, pero justó después cambió el tiempo

Desde el pasado fin de semana no puedo ir a una máquina de vending sin pensar que estoy poniendo en peligro todo lo que había estado haciendo hasta ese momento. Esas máquinas son un lugar habitual de reunión y de cotilleos de trabajo y dieron hasta para la serie Cámera Cafe, pero nunca había pensado en ellas como el principio del desastre: se te olvida la merienda en casa y buscas comida porque te ha entrado un hambre insoportable. Dudas, entonces, si elegir entre el sándwich de cangrejo, el de atún o el de jamón york y queso, pese a que ya hace tiempo que sabes que tienen distinto nombre, distintos colores y, sin embargo, un sospechoso sabor idéntico.

Te decides al fin, te lo comes y unas horas después, has jorobado la carrera de Fernando Alonso y la ilusión de un montón de aficionados a la Fórmula Uno.

Porque después de haber estado todo el invierno preparándose y después de que Renault haya gastado millones para perfeccionar la máquina hasta el último detalle, resulta que el primer día, un envoltorio de sándwich que alguien suelta despreocupadamente se mete donde no debe, hace que suba la temperatura y Fernando Alonso se retire por precaución.

Ya es un lugar común decir que el aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami en el otro lado del mundo. La frase viene de un proverbio chino y la perfeccionó el matemático Edward Lorenz cuando quería explicar la teoría del caos. Lo dijo hace años, cuando éramos inocentes y no sabíamos que esa afirmación tenía alguna licencia poética: estos últimos doce meses nos han demostrado que es el aleteo de un murciélago lo que provoca algo parecido al fin del mundo en cualquier lado del planeta.

Nunca sabes qué es lo que va a provocar la siguiente catástrofe: imagínate, por ejemplo, que estás en la playa (que es mucho imaginar), la mascarilla se te ha mojado un poco, se le ha pegado la arena y tienes ya en los labios y la lengua esa desagradable pasta que por más que escupes no se va. Imagínate, por tanto, que se te ocurre quitarte la mascarilla, tú, solo, en esa playa vacía. Y por ese gesto, comienza la quinta o a la sexta ola del coronavirus.

Mi hijo se puso el miércoles por la tarde a perseguir una mariposa y ésta se puso a aletear con furia hasta que escapó. Será casualidad, pero justó después cambió el tiempo: el día soleado se fue apagando, ayer llovió un poco y hoy va a llover de verdad para desgracia de todos los que han ido a la playa con o sin mascarilla mientras los demás cumplimos el toque de queda y buscamos series en Netflix.

El efecto mariposa, lo llamó Lorenz. Justicia poética, más bien.