Tomás Gómez

Carta de despido a Gabilondo

El tiempo ha demostrado que la idea de imponerle como candidato fue mala desde el principio, basta repasar los datos pese al esfuerzo de muchos por maquillarlos.

Es muy difícil entender las razones por las que la dirección política se ha resistido hasta el último momento para dimitir. Iglesias les dio una lección la noche del martes, diciéndole adiós a la política justo cuando había hecho subir en tres diputados a su formación política.

Gabilondo entró de mala manera y sale de peor. Cuando le ofrecieron la candidatura en 2015 exigió que le dejasen la plaza libre y sin competidores, como en las oposiciones amañadas.

Lo que no quería era someterse al escrutinio de los que considera inferiores, intelectual y socialmente, porque eso es muy duro para un hombre de su valía al que se le habían hecho honores de gran salvador.

El tiempo ha demostrado que la idea de imponerle como candidato fue mala desde el principio, basta repasar los datos pese al esfuerzo de muchos por maquillarlos.

En 2015 sacó el peor resultado de la historia del PSOE de Madrid. Después de cuatro años de hibernación y desidia, se volvió a presentar en 2019. En ese momento las condiciones objetivas eran muy favorables, con la tormenta perfecta encima del Partido Popular, gravemente herido en Madrid con un expresidente en prisión, otra procesada y un presidente saliente que fichaba por Ciudadanos.

Con todo el aparato nacional del PSOE a favor y el apoyo impagable del grupo Prisa, solo consiguió subir un par de puntos respecto a las anteriores elecciones. Es decir, prácticamente no consiguió arrancar nuevos votos mientras que Errejón triunfaba en su experimento y Ciudadanos se disparaba.

Si el PSOE quedó primera fuerza fue porque hubo un desplome espectacular del PP, no atrajo ni uno de los votos de esa caída.

Díaz Ayuso entró en la Puerta del Sol con una tremenda debilidad política, en coalición con Ciudadanos y necesitando a Vox en el Parlamento. Gabilondo decidió que no abandonaría la política y se quedaría en la oposición sin esforzarse mucho, esperando el nombramiento a Defensor del Pueblo como contraprestación por los servicios prestados.

Llegó la pandemia, el colapso en los hospitales, las quejas de los médicos y enfermeros, la crisis en las residencias de personas mayores, los problemas en las universidades y un elenco de problemas que hubiesen noqueado por sí solos a un gobierno regional.

Pero Gabilondo desapareció otra vez y, de nuevo, no cumplió con su obligación, le venció la pereza y el día 4 de mayo los electores le castigaron duramente.

El balance es un erial, el PSOE de Madrid tercera fuerza política y el 20% de los votos, una organización desmotivada, desorganizada e inexistente en muchos sitios.

En todo esto ha tenido un colaborador necesario, José Manuel Franco, más ocupado de tener contento a Sánchez que de lo que tenía que hacer.

Ahora se han convertido en un lastre para Moncloa y ayer recibieron la llamada de la dimisión. Se acabó la política para ellos, Gabilondo no será ni Defensor del Pueblo ni ninguna otra cosa y Franco acabará su mandato en la secretaria de Estado para el Deporte y volverá a su plaza de funcionario, el único que no pagará es el principal responsable, Sánchez.