Ceuta

Rabia y unidad

Es posible que Sánchez pase a la historia de la democracia española por haber sido capaz de despertar la más intensa oleada de rabia y animadversión que se recuerda.

Entre las reacciones más relevantes provocadas por la crisis de Ceuta está el rechazo con el que Pedro Sánchez fue recibido a su llegada a la ciudad, y la oleada de patriotismo con la que muchos españoles animaron a los habitantes de la ciudad invadida. (Unas 8.000 personas en una ciudad de 80.000 habitantes.) En cuanto a lo primero, se podrá interpretar como un fenómeno extremadamente minoritario. Lo importante, sin embargo, es que la dureza de las expresiones y la intensidad de la protesta reflejan con verosimilitud una situación y un estado de ánimo: el de una ciudad acosada y la indefensión en la que se encuentran sus ciudadanos. En las últimas horas, los ceutíes lo han podido vivir con una extrema intensidad, pero el estado de ánimo es común a muchos españoles que se han sentido abandonados y despreciados por el Gobierno central cuando más se necesitaba su acción, su iniciativa y su presencia.

Por eso la oleada de simpatía y solidaridad que ha suscitado la llegada masiva de personas indocumentadas a Ceuta se ha dirigido sin el menor equívoco posible hacia los habitantes de la ciudad. La cruda manipulación de las personas –en particular niños, y algunas mujeres– y de las imágenes –las de siempre: la policía y el ejército frente a los «refugees»– ha fracasado esta vez, salvo en círculos reducidos dispuestos a dejarse manipular y a aceptar la manipulación de los más débiles. De hecho, lo que ha ocurrido ha sido lo contrario. Sin que los «inmigrantes» hayan suscitado antipatía alguna –ni siquiera la esperable como consecuencia del recelo y del miedo–, buena parte de los españoles nos hemos sentido identificados con aquellos que hemos percibido como las verdaderas víctimas de la agresión ajena y del abandono por los propios.

Tiene gracia, desde esta perspectiva, que una parte de la opinión se muestre inquieta de que la invasión de Ceuta ordenada por las autoridades marroquíes aumente el ya importante apoyo de Vox allí, y tal vez también en la península. Lo que habría que preguntarse sería más bien qué clase de régimen es el de Marruecos, que alienta algo tan repulsivo, y, a partir de ahí, por qué un Estado democrático y poderoso como el español no tiene capacidad para articular una política exterior y de defensa legítima, basada en el hecho básico de la integridad territorial del país, de los intereses de sus ciudadanos y, sobre eso, de los derechos humanos. Porque es evidente que si alguien ha tratado con dignidad a los marroquíes, soltados como animales por su propio Estado, hemos sido los españoles...

Los ceutíes, con una historia bien larga en este aspecto, vienen a añadirse así a la lista de grupos abandonados, maltratados y atacados por el Gobierno central o por sus aliados: madrileños, murcianos (como se comprobará en las próximas elecciones), buen número de catalanes y ahora nuestros compatriotas de Ceuta. Es posible que Sánchez pase a la historia de la democracia española por haber sido capaz de despertar la más intensa oleada de rabia y animadversión que se recuerda.