Jorge Vilches
Sánchez 2050: tiemblen después de reír
«Ser más sanchista para ser una España mejor». Esa es la conclusión que se saca del inútil informe de más de 600 páginas elaborado por expertos con «una media de 35 años», pensado para hacer propaganda y recuperar el voto de los jóvenes. No solo tratan a la juventud como débiles mentales a los que engañar con un plan buenista que promete un unicornio a cada persona, sino a todos los españoles.a
¿En serio creen que su utopía sanchista va a interesar a la gente que está pensando en cómo llegar a final de mes, a los que no saben si tendrán que cerrar su empresa por la negligente política de Sánchez, o a quienes temen perder su empleo cualquier día? ¿No son capaces de presentar un plan para 2022? ¿Cuánto cree Sánchez que dura la legislatura? ¿Treinta años?
No han aprendido nada del 4-M madrileño. Se acabaron los relatos, la propaganda, el marketing televisivo, el postureo y las trolas. La izquierda sigue enfrascada en su pensamiento utópico, en negar la realidad y las necesidades de hoy para centrar su tarea en un futuro indeterminado. Ya no valen las ensoñaciones políticas de un mundo perfecto para esconder la nulidad gubernativa y la ingeniería social. Es la vida cotidiana, el día a día, lo que interesa a la gente. Por eso abuchean a Sánchez por donde pasa.
El dislate del plan 2050, dejando la palabrería navideña al margen, es una colección de trampas y mentiras. La acogida de 250.000 inmigrantes al año con la excusa de mantener el Estado del Bienestar o las pensiones es una mantra que repite mucha gente. Dejen a cada trabajador que gestione su propio patrimonio, el resultado de su esfuerzo, que elija su educación, sanidad y plan de pensiones público o privado, y aflojen la tiranía fiscal. La utopía sanchista es un círculo vicioso que empobrece. La promesa de un bienestar que no se puede cumplir solo engorda continuamente al Estado a costa de adelgazar al contribuyente.
El resto es una retahíla de prohibiciones y retrocesos: vuelos solo para los ricos, subir los impuestos al consumo con la excusa del medio ambiente, subvenciones para quienes pierdan su empleo en los sectores «contaminantes» que piensan cerrar, retrasar la edad de jubilación para no pagar pensiones, vivir en pisos compartidos como en la URSS de los años 50, o el control del precio del alquiler de la vivienda, lo que ya ha fracasado en Berlín y París.
Luego vienen los lugares comunes como las «políticas activas de empleo» para jóvenes o las de igualdad para mujeres, que son clichés disponibles en cualquier programa electoral de los últimos cuarenta años. Eso sí, todo se adorna con anglicismos para aparentar importancia: «Cohousing» (compartir casa), «job marketplace» (portal de empleo), «freelancers» (sufridos autónomos) y trabajadores «on-demand» (el contrato por obra).
No falta tampoco la cantinela de «equipararnos a Europa», un cuento que podrían aplicar a la hora de buscar a sus socios de gobierno. Porque en ningún Ejecutivo europeo, un partido serio se alía con aquellos que quieren romper el orden constitucional, o con quienes dieron un golpe de Estado y homenajean a los terroristas. También se podría remitir a Europa a la hora de respetar la independencia del Poder Judicial, tal y como ha señalado la Comisión Europea a Sánchez.
La ironía es que presentan su plan futurista cuando la situación política es nefasta, lo que viene a ser una constante desde que está Sánchez en La Moncloa. No solo sus aliados se ríen de la idea de que España siga existiendo como tal en el año 2050, sino que Marruecos ha puesto contra las cuerdas al Gobierno por su negligencia diplomática. Ahora, tiemblen.
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