Opinión

Mazzucato y la idolatría del poder

Mariana Mazzucato, favorita del pensamiento único, publicó dos artículos en «El País» con su habitual idolatría del Estado (https://bit.ly/3tUs5M0). En el primero de ellos defiende «el apoyo financiero a la BBC», es decir, defiende que el poder político siga obligando a los británicos a pagar 180 euros anuales por cada familia, empresa o institución que tenga un televisor. Para justificar esta incursión en la propiedad de los ciudadanos, Mazzucato recuerda lo bueno de la BBC, desde sus contenidos originales hasta sus tecnologías innovadoras, y concluye: «Las inversiones de la BBC respondieron más a los valores sociales que al valor financiero». Es que el valor financiero es lo que el Estado le arrebata al pueblo británico. Esta realidad es algo que la profesora, que insiste en el papel del Estado como «creador de valor colectivo», prefiere ignorar, como si no importara la destrucción del valor individual llevado a cabo por la fiscalidad.

Con la acostumbrada demonización del sector privado, en concreto, las empresas de Murdoch, doña Mariana nos advierte de que «si la BBC pasa a depender de un modelo de suscripciones, su futuro sería mucho más endeble». No lo sabemos, porque dependería de la libre decisión de los consumidores, como Netflix o Amazon. Y esa libertad les parece muy mal a los intervencionistas de todos los partidos.

En un segundo artículo, Mazzucato invita a «reconstruir el Estado», antiguo camelo que da por supuesto que el Estado está destruido. Si hubiera sido así, habrían desaparecido los impuestos, y usted lo habría notado, señora. Pero los impuestos son materia menor para la profesora, que quiere evitar «un comportamiento parasitario de las empresas», y establecer «un nuevo contrato social que promueva la creación de valor por sobre la extracción de ganancias». Lógicamente, nunca utiliza la palabra «extracción» para referirse a los impuestos. Saluda, en cambio, a la NASA, a la que considera modélica porque ayuda a las empresas y porque en su relación con ellas «los contratos contenían cláusulas contra el beneficio excesivo, para que la motivación de la carrera espacial fuera la curiosidad científica en vez de la codicia o la especulación». Lógicamente, esos defectos terribles son monopolizados por el sector privado, mientras que el idolatrado sector público es pura y talentosa generosidad.