Internacional
La diplomacia del «selfie»
Qué necesidad tenemos de fiar a los «selfies» algo tan de estado como la política exterior
Presidentes norteamericanos y españoles siempre han tenido al menos una cosa en común: para los primeros daba exactamente igual el color político del inquilino de la Moncloa, siempre y cuando la mutua colaboración en materia geoestratégica como socio preferente estuviera fuera de toda duda. Para los segundos también da exactamente lo mismo que el inquilino de la Casa Blanca sea demócrata o republicano, siempre que las correspondientes «fotos» entre ambos mandatarios estuviesen garantizadas eso sí, previo encuentro bilateral a ser posible en la sede presidencial de Washington o ya en el «no va más» apoteósico en la toledana finca de Quintos de Mora. Tiempo atrás pude ser testigo como enviado especial de encuentros distendidos –casi familiares– entre presidentes de España y EEUU que me llevaron a lugares tan inopinados como Camp David, las Azores o un inmenso rancho perdido en Crawford –Texas– perteneciente a la familia Bush, para presenciar escenas igualmente poco imaginables como los pies sobre la mesa del jefe de nuestro ejecutivo o una intervención del mismo en un castellano de impostado acento tejano, a la que no consigo expulsar por bien agazapada en mi lóbulo de la memoria.
Las relaciones entre nuestro país y la primera potencia mundial a la par que aliado siempre han pivotado sobre tres grandes bases, la de las «ídem» garantizadas en nuestro territorio, el peso puntual de nuestro gobierno de turno en el plano internacional y en último término un factor del «feeling» personal entre los dos presidentes que, aun siendo importante, siempre venía supeditado a las dos premisas anteriores. Las tres se dieron de una u otra forma especialmente durante los mandatos de González y Aznar, ligeramente en menor medida en la etapa de un Rajoy embebido en problemas de mayor calado como la brutal crisis económica y el desafío separatista catalán, decayendo claramente en las legislaturas de «Zp», cuyos errores de origen le impidieron confluencias «planetarias» con Obama y de un Sánchez que aún debe de estar preguntándose qué ha hecho para merecer los 29 segundos más tortuosamente largos de su vida política. Llegados a este punto hay mas de una y de dos preguntas que alguien debe –o debería– de estar ya formulándose, por ejemplo, la relativa al regocijo marroquí tras el «paseíllo» OTAN –Biden ya ha hablado tres veces con el monarca alauí– o qué necesidad tenemos de fiar a los «selfies» algo tan de estado como la política exterior. Démosle una vuelta.
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