Irene Montero

Estalinistas cursis

Vivimos en un país donde los ministros tercian en una controversia entre dos ciudadanos y se solidarizan con una de las partes

El escritor y periodista Juan Soto Ivars, al que entre otras cosas debemos un manifiesto fundacional en defensa de la libertad de expresión, ha polemizado en mala hora con la guionista, monologuista y presentadora Isa Calderón. El autor de La casa del ahorcado bromeó con los comentarios de la señora en Twitter, propios de una adolescente con problemas de sintaxis compatibles con un odio al prójimo ignífugo a los principios de las constituciones demoliberales. ¿La respuesta de Calderón? Dentro cortesías: «Me acuerdo tanto de lo que te hemos ridiculizado en el teatro, como [sic] se reía la gente. Ojo, salas llenas cada mes, llenas. Eso era antes. Ahora eres un paria. Un ser absolutamente desprestigiado, un misógino más absolutamente insignificante». El festival fue seguido con un torrente de insultos, con acusaciones de haberle enviado cientos de matones para acosarla y amenazas de denuncias. Más la siempre heroica participación de los valientes de guardia, felices de escupir desde el anonimato. Calderón zanjó la gastroenteritis por la escuadra: «Se va a cagar, le vamos a ponerrrrrrr pero que ni te cuento». Remató reclamando la ayuda de abogados, o de primos, «a ver si este misógino que envía hordas de gentuza a las mujeres, pues, podemos hacer algo». El episodio habría muerto aquí, otra bella escena del bajofondo de las letrinas digitales, de no haberse sumado la ministra de Igualdad. Irene Montero, o sea, la misma que interviene en las corralas de la telemierda, la que arrastra la lucha feminista por la pocilga de los programas del cuore, ha escrito «Alianzas feministas, yo siempre con Isa Calderón». Resumiendo. Vivimos en un país donde los ministros tercian en una controversia entre dos ciudadanos y se solidarizan con una de las partes. Luego que si la izquierda española mainstream tiene remedio. O que si agoniza en manos de un hatajo de gorilas. Son enemigos de la libertad de expresión y el pensamiento libre. Son, por decirlo con uno de los grandes, estalinistas cursis. Patean el diccionario y señalan objetivos. Son un agente de degradación institucional, en el caso de la ministra. Con sus pucheros en redes y sus tóxicas amenazas hacen buenos los peores diagnósticos respecto a la deriva reaccionaria de una izquierda a mil años luz de aquel PCE que tanto empujó para traer la democracia y promover la concordia. Apuntalan la riada iliberal que nos devora. Sus estrategias coercitivas y su respeto por la neutralidad de las instituciones, y sigo con Irene, son por completo indistinguibles de los de los secuaces de Maduro y Trump. Su respeto por la discrepancia puntúa próximo al cero absoluto. Viven convencidos de que no hay verdad, ni bondad, ni posibilidad de diálogo, acuerdo o convivencia más allá del perímetro delimitado por sus convicciones de clérigos encendidos de santa ira y por esa ciega disposición a fulminar cualquier disidencia. Con semejante horda sobran motivos para preguntarse por el futuro del Estado de Derecho, boicoteado por la ministra/consorte mientras arden las redes y mientras un Mas-Colell especula con la hipótesis de un acuerdo para «neutralizar» el Tribunal de Cuentas.