Sociedad

El siglo del algoritmo

Esos dislates ante los que sucumbieron Marx o Freud es lo que ha intentado esquivar siempre el bueno de Morin, dando forma a lo que él llama una teoría de la complejidad

Solo unas líneas hoy para recordarles que pasado mañana, si todo va bien, Edgar Morin cumplirá nada menos que cien años en un envidiable estado de salud mental. El escritor francés, que empezó siendo marxista para terminar abominando del comunismo, fue de los primeros en señalar que, de Marx, lo único bueno eran las preguntas que ofrecía, porque las respuestas del mismo Karl eran un disparate.

Así es la vida humana: hay personas que son muy buenas y sagaces planteando las preguntas oportunas sobre una situación, pero que son incapaces de responderlas sin caer en prédicas, profecías o delirios. Esos dislates ante los que sucumbieron Marx o Freud es lo que ha intentado esquivar siempre el bueno de Morin, dando forma a lo que él llama una teoría de la complejidad. Su teoría de la complejidad tiene consecuencias muy interesantes, incluso aritméticas, en la medida que enfoca la posibilidad matemática del algoritmo imposible; es decir un algoritmo con tantas derivadas y variables que no pudiera realizarse nunca. Eso debemos tenerlo permanentemente presente en este siglo que hemos empezado. La importancia y esclavitud que vamos a sufrir de los algoritmos en los terrenos de la comunicación y la inteligencia artificial en los próximos años va a ser tan sañuda, tan tiránica, que no está de más recordar que muchas veces el algoritmo yerra. Ese omnipotente algoritmo puede ser tan solo un espejismo, una ilusión de pensamiento y conciencia.

Hace unas semanas, entrevistado por la cadena francesa TV5Monde, Morin revelaba que el secreto para seguir conservando su perpetua sonrisa a los 99 años es mantener vivos sus anhelos, pero habiéndose precavido de las ilusiones. Su anhelo seguía siendo simplemente mejorar. Algo muy comprensible y perfectamente trasladable como motor a la peripecia de la raza humana y sus civilizaciones. Morin, de origen familiar español y sefardita, adora a Machado y a Cervantes. Ha intentado no perder de vista ni el blanco ni el negro en su teoría de la complejidad. Quizá porque se da perfecta cuenta que la vida para la que hemos sido concebidos parte de la contradicción de ser muchas veces tanto un regalo como una carga.