Haití

El descenso a los infiernos

El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moise, suma un componente más, y bastante relevante, a la considerable inestabilidad que existe en el país y que tiene todos los ingredientes posibles: inseguridad ciudadana, profunda crisis económica, crispación política y enorme deterioro social. Con este asesinato se deteriora más la situación política y económica del país y todo induce a pensar que podría peligrar el orden democrático. Desde luego, antes del asesinato ya era amplia la oposición que existía al presidente asesinado y, desde hace tiempo, algunas organizaciones internacionales y Estados que están interesados en el devenir del país caribeño vienen abogando por la celebración de elecciones y por la necesaria reforma constitucional. Es de esperar que el estado de sitio que ha declarado el primer ministro, Claude Joseph, que estaba a punto de dejar el cargo, tenga un carácter meramente provisional y que, en poco tiempo, Haití vuelva a la «normalidad democrática», al menos en este campo. Lo que parece evidente es que será muy difícil resolver los graves problemas que aquejan al país desde hace tanto tiempo y, asimismo, da la impresión de que el comportamiento de la comunidad internacional y la ayuda que Haití ha recibido han sido insuficientes para estabilizar el país y para iniciar la senda de una aceptable recuperación económica y de un grado tolerable de cohesión social. La inseguridad ciudadana se ha constituido paulatinamente en un serio problema que, desde luego, el asesinato del presidente haitiano agranda todavía más. Está claro que Haití no podrá superar la situación en la que se encuentra, con problemas de todo tipo y de envergadura, sin una acción decidida y comprometida de la comunidad internacional. Tengo la impresión de que no se está por la labor de prestar la ayuda para que se enderece la situación en el país en términos de democracia, respeto de los derechos humanos y lucha contra la desigualdad social.