ETA

Verano de asesinos

Los viejos ideólogos del terror disfrutan instalados a los mandos del árbol que ayer no más daba nueces borrachas de sangre y hoy chupa prestigio y competencias

Si el verano es el tiempo de las cerezas también lo es del homenaje a pistoleros. Reivindicados porque matar por motivos políticos merece un respeto. Quiero decir que para algunos perforar sesos, astillar tibias, reventar globos oculares e intestinos, engrosar la lista de huérfanos o reenviar en una caja de pino al último recluta siempre gozará de la benevolencia debida a los eximentes con causa. A ver si ahora va a ser lo mismo matar para robar una gallina, o a un guardia jurado durante el asalto a un banco, liquidar por locura, hambre o codicia, que en nombre de un ideal, un paraíso portátil, una utopía o un dios. O una patria. Que la abrumadora mayoría de los asesinados por Eta fueran policías y Guardias Civiles, esto es, funcionarios públicos, pagados por todos como primera línea de defensa de la democracia y el Estado de Derecho, dice mucho, y terrible, de la clase de afecto que algunos de nuestros conciudadanos sienten por la democracia y el Estado de Derecho. Y aunque el avance civilizatorio parece imparable, tampoco crean que las cosas cambiaron demasiado. Alberto Lardies, en VozPopuli, da cuenta de múltiples movidas en las playas para reclamar la «vuelta a casa» de los valientes muchachos y, por supuesto, de la marcha en Mondragón en honor de un psicópata tan redomado y despreciable como Henri Parot, con 39 asesinatos. Xavier Pericay, al que hay que leer siempre, se pregunta en Twitter si tenemos que convivir con esto. Con esta mierda. Supongo que sí. Ganamos la batalla contra el terrorismo. Perdimos en los pasillos del poder y en las escuelas. Los viejos ideólogos del terror disfrutan instalados a los mandos del árbol que ayer no más daba nueces borrachas de sangre y hoy chupa prestigio y competencias. Vivimos el verano de las flores para los asesinos. La cacería del norte asoma como un relato de violencias multinivel. Cuentan igual los delincuentes muertos en un tiroteo que los niños con el cuerpo abrasados vivos por la mezcla a 3.000 grados del amonal, gasolina, escamas de jabón y pegamento en el sótano de Hipercor.