Juegos Olímpicos

Más lento, más bajo, más débil

En la prueba de comer a Garzón le descalificarían por reivindicar el Chuletón Lives Matter

Como España ya no es una potencia en natación sincronizada los niños y niñas se pasan el día en la piscina jugando a ese indescifrable juego que es el Marco Polo (el que liga dice: «Marco», y los otros tienen que responder «Polo». Son tan pesados que no extrañaría que si en un examen les preguntasen qué hizo Marco Polo, respondiesen: inventar el juego de la piscina. Para que te fíes de lo que la posteridad va a hacer contigo. Hace años, sin embargo, en los veranos de Juegos Olímpicos, las piscinas se convertían un escenario deportivo-artístico en el que para intentar ser Gemma Mengual hacían el pino bajo el agua mientras en la superficie movían las piernas de manera sincronizada. España no hacía más que ganar medallas en esa especialidad y también los tipos como yo, que al tirarnos al agua aún nos tapamos con los dedos la nariz, hacíamos piruetas creyéndonos atletas mientras tragábamos litros de agua antes de que el socorrista se levantara asustado porque estábamos a punto de ahogarnos en la zona de la piscina en la que cubre, sólo, por la cintura.

Pese a que estos han sido los Juegos de la renuncia de Simone Biles, los espectadores de deportes nos quedamos con la imagen de los ganadores y esas dos ideas que repiten machaconamente: la primera es que hay que salir de la zona de confort. Una frase, por cierto, que se ha adoptado en el mundo empresarial y casualmente te la suelen decir los que están instalados en el confort de su despacho. La segunda es más peligrosa aún: si lo intentas, si lo deseas mucho, si entrenas, lo consigues.

Hay que madurar (madurar: dícese engordar) mucho para comprender que es una gran mentira y no tomarse muy a pecho a los deportistas que ganan medallas. Uno tiene que ser consciente de lo que puede hacer, bajar expectativas y vivir en paz consigo mismo. No es culpa tuya que, por ejemplo, la pocha no sea deporte olímpico, ahora que estás practicando como nunca, mientras que el tiro al plato sí lo sea. En esa arbitrariedad, podemos protestar para que comer cierta cantidad de chuletón pueda medirse como récord. Tendrías ciertas posibilidades en esa prueba, la verdad. Ojalá una final, contra el ministro Garzón: ganarías por la descalificación del contrario pues el COI no permitiría los gestos reivindicativos de tu rival a favor del movimiento Chuletón Lives Matter.

El problema de todo esto es que pones la tele por la mañana, con los cereales, el zumo, el pan y el sobao que te has traído de las vacaciones, ves a los atletas correr y todo el discurso anterior se tambalea.

Lo reconozco: ayer cogí mi camiseta del Real Madrid, me puse las deportivas, aparté el desayuno y aprovechando que agosto está de broma con el calor, me fui a correr. A los dos minutos pensé que me había equivocado y había cogido la camiseta de Marcelo, porque se me salía el hígado por la boca y quería morir. Pero después, empecé a tener ritmillo y me vi en unos Juegos Olímpicos, desayunando avena y dando la razón a mi jefe: a la mierda el confort. Adelanté al padre que paseaba de la mano con su hijo de tres años y a la pareja de unos ochenta años que paseaba bajo la sombra. Iba presumiendo de que si la sigues la consigues, hasta que, a toda mecha, me adelantó otro runner. ¡Iba descalzo! A ver si acaban ya los Juegos Olímpicos.