Precio de la luz

Cómo tropezar en la misma piedra

Intervenir el precio de la luz supone caer en el mismo error que Gobiernos pasados

Enrique Fuentes Quintana, el artífice económico de los tan añorados Pactos de la Moncloa lo definió como «política compensatoria». Fue aplicada por uno de los últimos Gobiernos de Franco como respuesta a la primera gran crisis del petróleo, la de 1973, y fue un desastre absoluto. Antonio Barrera de Irimo, entonces ministro de Hacienda del Gobierno que presidía el almirante Carrero Blanco, entendió que la subida del precio del petróleo, de 3 a 11,7 dólares el barril, era algo coyuntural. También decidió que no era el momento –en los estertores de la dictadura– de repercutir la subida a los consumidores y el Estado absorbió, vía reducción de impuestos, una gran parte del coste. A pesar de todo, el precio de los carburantes subió un 20%, aunque debería haberse doblado, pero claro, en aquella época, dos terceras partes del consumo energético español dependía de las importaciones de crudo. La «política compensatoria» se prolongó entre 1973 y 1975 y retrasó la adaptación de la economía española a la nueva realidad de un petróleo mucho más caro para siempre.

Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, reclama intervencionismo para bajar el precio de la luz. Es la versión, siglo XXI y de extrema izquierda, de la solución franquista en la crisis del petróleo trasladada a la de la luz. El precio de la luz se ha disparado porque también lo han hecho el del gas y el de los derechos de emisión de CO2. Ignorarlo es un error similar al de Barrera de Irimo cuando pensó que el alza del crudo era coyuntural. La ministra Teresa Ribera, más allá de su ecologismo, lo sabe y también que hay pocas salidas. El Gobierno puede reducir los costes políticos y los impuestos de la tarifa –más del 50% del total–, pero significará menos ingresos públicos que tendrá que buscar en otro sitio. Es decir, lo que dejen de pagar en luz los españoles, lo pagarán en otros impuestos. Quizá sea menos visible, pero igual de oneroso. El Gobierno, en cualquier caso, tiene un problema, porque no hay solución sencilla a corto plazo, pero también sería imprescindible que evitara tropezar en la misma piedra y no está claro que lo haga.