Tomás Gómez
Adiós, Podemos
Ya es imposible su recuperación, Podemos está clínicamente muerto. Han pasado más de diez años desde que el 15 M irrumpió en la política española y dinamitó el bipartidismo imperfecto que venía gobernando el país.
Llegaron porque prometieron a una sociedad desesperada que iban a conquistar un paraíso para ellos. Los resultados han sido muy diferentes: inestabilidad política y exceso de poder para los grupos minoritarios. Desde la acampada de la Puerta del Sol, han tenido lugar cinco elecciones generales y, a día de hoy, la gobernabilidad depende de los independentistas catalanes.
Con este saldo, los morados afrontan su recta final. No ha sido la derecha política, su enemigo natural, ni el Partido Socialista, su principal competidor electoral, quienes han provocado su descomposición. Podemos está siendo arrasada por sus fundadores.
El proceso empezó hace tiempo, cuando acariciaban en las encuestas el famoso sorpasso a los socialistas y, sin embargo, las urnas eran tozudas una y otra vez, dejando a los podemistas a varios kilómetros del PSOE.
Entonces, empezaron a definirse diferencias internas. Errejón cogió la bandera de la moderación frente al perfil más hostil y beligerante de Iglesias. Pensaba que un giro como el del Partido Socialista en 1981, les podría llevar a liderar a la izquierda social.
El tiempo que estuvo Iglesias como eurodiputado le sirvió, a su entonces número dos, para establecer un buró político afín. Pero en cuestiones de aparato el ex líder morado ha demostrado ser el as.
Populista y con un toque estalinista en las venas, hizo todas las purgas necesarias para mantener el control sobre la organización. Acabó también con quienes mostraron equidistancia, como Carolina Bescansa e, incluso, con leales que cuestionaron en algún momento sus estrategias, tal fue el caso de Espinar.
En definitiva, no se produjo una fuga de cerebros, sino la expulsión del grupo que parió intelectualmente un partido político a partir del movimiento en las calles.
Era una empresa difícil. Iglesias intentó el modelo de Syriza en Grecia para alcanzar el poder, pero olvidó que Tsipras había aprovechado la debilidad del PASOK y el tinte ciertamente nepótico de sus dirigentes, en definida, ocupó el hueco que habían dejado los socialdemócratas.
En España, las cosas son muy diferentes. El PSOE es un partido con siglo y medio a las espaldas muy arraigado en los pueblos y ciudades capaz de resistir incluso a sus propios dirigentes, como Sánchez.
La factura de la luz no es la causa de la muerte, es una más en un partido débil. Sin liderazgo social, centrifugada en mareas, nacionalismos y separatismos según el territorio, a Podemos solo le queda pasado.
Un movimiento populista se abraza a la democracia directa, a las asambleas populares y a los referéndum, pero siempre necesitan un líder, no necesariamente democrático.
En los últimos tiempos, Iglesias se había convertido en un mal para Podemos. Había perdido parte de su punch electoral y se le percibía como el saco de golpes del gobierno sin mando en plaza, pero sin él, los morados no existen.
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