Volcán

Una vida en 15 minutos

Ahí siguen ellos, vecinos de un pueblo que se niega a desprenderse de lo que más quiere, de su identidad

Hasta el 19 de septiembre, encarábamos el otoño un tanto esperanzados, porque el coronavirus empezaba a remitir. Nos aburría la bronca política, con su conflicto catalán enquistado, con el poder judicial bloqueado; nos preocupaba la escalada incesante del precio de la luz, la remontada económica tras lo peor de la pandemia. La Palma era, hace solo una semana, aquel refugio lejano de unos cuantos turistas, la isla bonita de Canarias que empezaba a registrar miles de pequeños seísmos. Nos volvimos a mirarla, a ratos: Abrupta, salvaje, salpicada de plataneras y aguacates, tallada sobre el Atlántico a golpe de fuego y mar. Isla plácida, habitada sobre volcanes dormidos. Fue así hasta que la tierra rugió definitivamente y se abrió en bocas de lava, y comenzó a escupir piroclastos, ceniza, gases tóxicos y empezó a avanzar, ladera abajo, una manta de magma tan devastadora como hipnotizante a la vista. Tiene que irrumpir de ese modo tan cruel la Naturaleza en nuestra realidad para que reparemos en lo frágiles que somos. Tiene que llegar de repente la policía a tu casa y decirte que tienes solo 15 minutos para desalojarla. Un cuarto de hora, apenas, para rescatar del desastre aquello que más te importe. ¿Un colchón? ¿Ropa? ¿Tus álbumes de fotos? ¿Cómo puede uno digerir que su casa y su negocio quedarán sepultados para siempre? ¿Cómo rehacer tu vida entera de la noche a la mañana?

Ese es el drama de miles de personas en La Palma, reubicadas provisionalmente, con lo puesto, mientras una colmena de efectivos luchan contra la Naturaleza, como David contra Goliat. Los bomberos de la isla quieren convertir en milagro la iglesia de Todoque. Construyen un muro de arena y piedras para reconducir la lava y evitar que desaparezca el templo que ha sido escenario de sus recuerdos. Y ese esfuerzo comunitario, aunque sea en vano, resulta emocionante y épico. Ahí siguen ellos, vecinos de un pueblo que se niega a desprenderse de lo que más quiere, de su identidad. Un pueblo que suplica a todas las autoridades no ser olvidados dentro de unos meses, como tantos otros, cuando las cámaras de televisión se retiren. Ojalá suceda ese milagro.