Carles Puigdemont

‘¡Voglio una patria!’

Notas del 24 de septiembre. A la ‘cosa nostra’ del independentismo solo le faltaba un abogado de la defensa italiano que se llamara Don Agostinangelo como este que defiende a Puigdemont en Cerdeña. Han liberado a Carles a la espera de decidir si lo entregan a España. “Veremos en qué queda” es una frase muy de Sánchez, últimamente. Al fugado le ha abierto la puerta del talego sardo un funcionario con una boina azul-Donosti como de Boinas Elósegui que llevan los areneros de la Plaza de Toros de Illumbe. Sassari parece Lledoners con manteles de cuadros rojos y blancos, porque todos los aparcamientos de las cárceles son iguales; quizás por eso, el fugado ha salido de la trena con un desparpajo, familiar, alegre, liviano y despeinado, casi haciendo bromas, un poco como uno sale de comer en un asador después de una sobremesa larga.

Ah, Puigdemont, Marco Polo de mi Españita, embajador del absurdo, va de aquí para allá casi como el enanito de Amelie Poulain de la autodeterminación de los pueblos. ‘Puigdemones por el mundo’ va de que en lugar de que los ejecutivos expatriados cuenten cuánto les cuesta el alquiler y la mucama en el país donde viven, sale Gonzalo Boye haciendo graciosas anotaciones sobre la calificación penal del delito de rebelión.

Puigdemont se hartó de Bélgica, pues se sabe que los belgas son muy aburridos y en la Grande Place las fachadas son de oro, pero en invierno hace más frío que en Soria. En mi recuerdo de Bruselas, los caballos llevan orejeras y probablemente la imagen corresponda a una de las exageraciones de mi memoria. Ahora viene el episodio del esperpento italiano, que es impagable. Por Barcelona va cantando el Bella Ciao la Rahola y el juez de Sassari se entera de que solicita la entrega del prófugo un país cuyo Gobierno cree que la pena que se le impondría es excesiva y que en realidad pretende ponerlo en la calle y pedir el apoyo a su partido para los presupuestos generales del Estado.

Lo cierto es que en Italia, la melancolía de Puigdemont adquiere al fin el trasfondo de comedia que siempre le intuimos algunos. Esa frustración suya, tan lánguida y profunda, resultaba ya casi grotesca, pero ahora toma un nuevo aire con esta vía italiana y este nuevo cabreo más ligero y natural, como de la bronca de la nonna cuando el hijo no ha terminado la pasta. El expresident entra de lleno en algo encantador como de Fellini y yo espero ver pronto a Carles subido al árbol de ‘Amarcord’ gritando “¡Voglio una donna”, o acaso “¡Voglio una patria!”. Conviene recordar que en Italia se considera delito la sedición. Se dice ‘sedizione’, claro.