Opinión

¿Hundimiento de las clases medias?

Francisco Alonso

Bastaría con echar una mirada superficial a la prensa diaria para convencerse de que el fenómeno político más importante de la Europa contemporánea es el desplazamiento hacia los extremos del espectro político de las mayorías electorales. Así por ejemplo, al margen de los casos de Polonia o Hungría, en la vecina Francia comienza a inquietar la creciente cosecha de votos que se apunta el Frente Nacional cada vez que hay elecciones, mientras en Alemania son los partidos neonazis los que avanzan, aunque de manera aún débil, y, en otros países, como en Grecia, son los partidos neocomunistas los que salen de su tradicional marginación política.

A estas alturas de la crisis -que no comenzó en 2008, sino en 2007 en EEUU con las hipotecas sub prime- apenas caben dudas de que el auge de los extremismos se debe al hundimiento de las clases medias. Porque éstas constituyen la reserva de moderación y esperanza de la moderna sociedad postindustrial y democrática, no ya por su función económica como motor del consumo y el crecimiento sostenido, que también, si no, sobre todo, porque representan para los sectores obreros la posibilidad de ascender en la jerarquía social a base de honradez, esfuerzo y trabajo bien hecho.

Pero si estas clases medias tienen que soportar ahora que sus hijos emigren al extranjero para encontrar también un trabajo precario y mal pagado después de haber consumido su juventud estudiando; si tienen que ver cómo merma su capacidad de consumo y bienestar por los recortes y congelaciones salariales; si tienen que encajar con resignación el hecho de que sus pisos, en los que frecuentemente han invertido todos sus ahorros, sean impunemente Okupados por bandas normalmente de filiación extranjera –MENAS o no- y personas que hacen de la Okupacion su medio de vida. Es más que natural que cunda la desmoralización y el pesimismo. Sentimientos peligrosos, que fácilmente se transforman en un extremismo político tendencialmente agresivo.

Pero el desencanto de nuestras clases medias no solo afecta a sus miembros, sino que contagia además a la clase trabajadora más modesta, porque todo el esfuerzo de sus jóvenes está orientado a ascender a la clase media mediante unos estudios cada vez peor concebidos, como se evidencia con la reciente Ley Celáa, que corren el riesgo de convertirse en papel mojado. El hundimiento de la clase media arrastra consigo, pues, las ilusiones de las que han vivido hasta ahora los jóvenes de más humilde extracción social.

Como las clases medias y los trabajadores clásicos, juntos, engloban a la mayoría de la sociedad, su hartazgo, su desesperación, en un caso por empobrecimiento y en el otro, además, por falta de posibilidades de ascenso social, nos pueden llevar a una situación conflictiva, en la que mucha gente de buena fe sólo verá alguna nebulosa salida votando a las opciones más rupturistas.

Este es el alarmante proceso que tiene lugar ahora en Europa. Problema complejo donde los haya que presenta, además, un claro perfil generacional, pues no dejan de ser los jóvenes los que se ven ante un futuro peor que el de sus padres, de los que no pueden heredar su status, viéndose desclasados y degradados socialmente.

Si no se da un impulso enérgico a la confianza y seguridad de las clases medias, creando empleo, garantizando la propiedad, y frenando el deterioro a que el actual gobierno somete a las instituciones posibilitando la recuperación del poder adquisitivo hasta los niveles precrisis, la estabilidad de nuestro sistema democrático será cada día más frágil y la desesperación nihilista se adueñará de los jóvenes hijos de los trabajadores. Desesperación que está siendo atizada por cada nueva noticia en la que el actual ejecutivo y su largo número de asesores, se ve afectado por la falta de credibilidad, poca transparencia, mala asignación de recursos asociada a la corrupción –como el caso de la empresa Plus Ultra- componiendo un marco que parece creado para traicionar nuestra democracia a fuerza de desprestigiarla.

Urge, por tanto, una regeneración moral que promueva el emprendimiento y el empleo en lugar del subsidio, prime el esfuerzo, favorezca la inversión, incentive el mérito, mejore el sistema educativo, frene la inmigración ilegal y el narcotráfico, y permita a los ciudadanos desencantados recuperar la fe en el funcionamiento de las instituciones democráticas. Unas instituciones que el actual macro-gobierno de sus mil y un asesores desprestigia continuamente con sus alianzas políticas espúreas. A menos que nos hayamos cansado de vivir en libertad y optemos como sociedad por acogernos a alguna suerte de tiranía “salvadora del pueblo”.