Asturias
El cuento del bable
Un invento mítico, trucho, que buscan imponer los mayordomos de los jardines clientelares y los coleccionistas de agravios mientras fomentan la ruptura del demos y desprecian la koiné
Soy medio asturiano por elección y por parte de madre. Bajo las peñas del concejo de Lena y Quirós, entre el Gamoniteiro, Peña Ubiña, el bosque del Mofosu y Llagüezos, también entre Lastres, Gijón, Torimbia y Llanes, reposan parte de los placeres y los días de mi infancia. Con mis abuelos merendé mil veces tortilla y filetes rebozados en los prados de la Cobertoria, bajo cuyas faldas vivían como espectros algunos de los últimos osos y lobos de la cordillera. Tuve familiares que hace más de un siglo salieron hacia la Argentina. Otros trabajaron en la epopeya del canal de Panamá, entre las nubes sulfurosas del paludismo. Uno regresó rico. Otro desapareció en el México de Carranza, Zapata y Villa. Mi bisabuelo materno cazó rebecos y corzos en esos montes, comerció con madera y trigo y levantó negocios. Conocía las matas como Dersu Uzala la cuenca del río Ussuri.
Gente, buena gente, que asistió a la llegada de la electricidad, las oleadas de la inmigración y los cupos para librarse de la guerra en África, el Far West de la minería, la Huelgona, la II República, la Revolución del 34, la Guerra Civil, la dictadura franquista, la Constitución del 78… Hubo militares, maestras, empresarios, policías, médicos, ingenieros industriales y de minas, ganaderos, secretarios de juzgado, mineros, historiadoras, economistas, y vecinos de Grado, Oviedo, Pola de Lena, de Palaciós y de Gijón, de San Feliz y de Cienfuegos… y nadie, nunca, ni por asomo, habló en bable. Un invento mítico, trucho, que buscan imponer los mayordomos de los jardines clientelares y los coleccionistas de agravios mientras fomentan la ruptura del demos y desprecian la koiné.
Con la excusa de recuperar una lengua que acaso hablaron los ángeles o los dioses, desde luego no los hombres, no como un idioma, Asturias gesta la enésima quimera identitaria. Para solaz de caraduras y alegría de ingenuos, que confunden las lenguas y dialectos con sujetos con obligaciones y derechos. Por supuesto para desazón de las personas comprometidas con un país libre de capillas etnolingüísticas, regadas por unos presupuestos siempre rumbosos con toda clase de letales idioteces.
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