Opinión

Desde un país imaginario

A Pedro Sánchez le faltaba un discurso a lo Joe Biden. Menos aletargado que el estadounidense, pero también mucho más suelto en su trato con una verdad a la que trata con desparpajo trumpiano o desfachatez hija de Bolsonaro. El español lee con soltura y lengua de madera unos discursos reactivos a cualquier contexto. Como Trump, su igual, compadres ambos en el secreto de agitar capotes delante de unos electores a los que tratan de fanáticos, idiotas o palmeros, tiene muy asumido el desprecio por los hechos, que distorsiona con placer efusivo.

La trajeada síntesis del magufo que reivindica la ciencia, la apoteosis de las arengas fake, llegó ayer. En un Congreso cerrado durante meses para capricho de un tipo con tics principescos y porte de chispero, rindió homenaje a un legislativo ante el que no respondía cuando rugía la marabunta. Fue cuando la oposición hacía el don tancredo y Vox, quién lo iba a decir, acumulaba unas demandas ante el Constitucional que le iba a dar la razón en todo o casi. La tragedia de Sánchez, su comedia, nuestro marasmo, consiste en que los populistas de derechas, nacionalistas de verde que te quiero verde, fueron los únicos defensores de un Estado de Derecho pisoteado. Bajaron la persiana nacional y chaparon el Parlamento sin respetar los cauces legales. Si Vox es nuestra extrema derecha, y si acumula tres victorias decisivas ante el Constitucional, dos Estados de alarma y el cierre, pues ya me dirán en qué lugar queda este gobierno, encamado con mil y un populistas, de los golpistas de Erc al terror en Vascongadas.

Costaba no aplaudir las sanchistas reivindicaciones de la ciencia, su defensa de las transiciones justas, su advertencias sobre la crisis climática. Fue emocionante. Fue conmovedor. Fue un ejercicio de afectada conmoción donde agradeció a los científicos y las científicas por las vacunas y vacunos. Rememoró que la humanidad caminaba entre ruinas, con la gente deprimida, atenta al calambrazo de las noticias, el curso de las investigaciones, confinada entre mascarillas, ahogada por el dolor y la ruina. «Estas navidades serán mejores», dijo, «y las del próximo año serán mejores». Cada frase sonaba como un cascabel, cada reflexión asomaba el hocico con la arrogante prestancia de un lema en una pancarta. Sin apenas levantar la mirada del folio. Con todo medido, controlado, peinado y azucarado. «No puedo sino dar las gracias a la ciencia». «La crisis climática, un desafío formidable». «Un nuevo empleo, una nueva industria». «Un gobierno de palabra y de hechos». «Contra el discurso reaccionario, de negacionismo». Imposible no preguntarse por ese país mitológico y ese gobierno paradigma del progreso, la inclusión, la perspectiva, la conciencia ecológica y la firme voluntad de no dejar a nadie atrás, y cuyos argumentos, al trasluz de la realidad, tienen el peso de un lema serigrafiado en una camiseta o un meme memo en una taza hipster.

Detrás suyo llegaba un Pablo Casado muy necesitado de combustible después de que la noche anterior la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, demostrara en El Hormiguero que atesora un carisma igual de achicharrante que el del primer Pablo Iglesias, el del Felipe González de los ochenta y el del Adolfo Súarez de la Santa Transición. Ya sabemos que detrás del carisma puede borbotear la nada, vean sino el caso del kantiano Iglesias, premio lupa, modelo de peluquería, pura ética de la razón pura. Las defenestraciones de Suárez, que necesitó enfermar morir para cosechar cariño y hacerse aeropuerto, nos recuerdan que el encanto no protege de los cuchillos. En el caso de Gónzalez, terminó hechizado por la Moncloa. Aunque su cesarismo palidece ante el de Sánchez. Casado, que estuvo inmenso, que disparó sin mirar el atril, que casi parecía otro, criticó su arrogancia, que no haya comparecido allí desde que empezó la pandemia y los tres años sin debate del Estado de la Nación.

En cuanto a Santiago Abascal, ya dijimos que venía de marcar tres goles como tres supernovas en los tribunales. Lejos de aprovecharlo, optó por un discurso esperpéntico. Con sus críticas a la flor y nata de la aristocracia globalista parecía un invitado en un talk show de Omaha. Habla para los damnificados por el lobo y la despoblación. Olfatea la sangría de Pp y Psoe en la España rural. Pero con tanto largar de los chamanes verdes y los inmigrantes está a un minuto de exigir el certificado de nacimiento de Obama. Su país en llamas fue el negativo perfecto del país idealizado, algodonoso, soleado y espléndido, por un Sánchez voraz en su narcisismo.