El desafío independentista

De españoles y perros

Contra el fracaso escolar de los niños castellanohablantes, nietos de hombres «destruidos», «poco hechos», daremos el «El juego del calamar» y el álgebra en catalán

O realmente nos toman por imbéciles o el tablero inclinado lo está hasta límites irreparables, proclamando por la vía de los hechos consumados la inagotable buena estrella de la hispanofobia. El odio al vecino por su pigmentación, apellidos, religión o acento goza de poco predicamento en Occidente, pero en España cuenta con 4 millones largos de votos. Son fruto de sumar las papeletas racistas y las de los españoles que dejaron de serlo, turistas de un ideal xenófobo que primero necesitaba transformar en extranjeros a los conciudadanos. Un caramelo de sonriente, resiliente cianuro. Camuflado con elocuente retórica progre para luego reventar los contratos sociales y expulsar del contorno admisible a los propios compañeros de escalera. Más allá, millones de españoles disculpan o aplauden que formaciones en principio laicas respecto al culto a los muertos, pongamos el PSC, silben de lado en la confrontación del gobierno de Cataluña contra el Estado de derecho.

Para ilustrar la surreal vaina nada más explosivo o estupefaciente que la discusión entre el Ejecutivo de Pedro Sánchez y sus socios de ERC sobre el doblaje al catalán de las series y películas de Netflix. Resulta que los estudiantes de Cataluña no pueden recibir ni siquiera el 25% de las asignaturas en castellano, lengua materna de más de la mitad de los catalanes, a la sazón lengua oficial de todo el Estado, pero los estudios de cine y TV en Manhattan tendrían que pasar al catalán sus últimas producciones. Como no pueden obligar a las plataformas la solución pasará por arreglar la enésima subvención nacional a las industrias audiovisuales de Cataluña. Para que en TV3 presuman, jojojo, de un perro que detecta a los españoles. Lo ha dicho la ministra de Educación, Pilar Alegría. Sólo los fachas reclaman una escuela bilingüe, la inmersión lingüística funciona de muerte y discutir la idoneidad de monolingüismo en una comunidad bilingüe supone usar la educación como tomahawk. Contra el fracaso escolar de los niños castellanohablantes, nietos de hombres «destruidos», «poco hechos», daremos el «El juego del calamar» y el álgebra en catalán y luego, si acaso, regaremos todo con hectolitros de empáticas babas.