Política

El caso del niño de Canet de Mar

O se está con ese niño o se está con sus acosadores. Es preciso elegir

Un niño de cinco años se enfrenta al poder político en Cataluña. Exige su derecho a recibir clase en castellano como marca la ley y ha confirmado el Tribunal Supremo. La ley dice que le corresponde al menos un cuarto del tiempo de clase en la lengua de Cervantes, que ahora hablan más de 500 millones de personas en el mundo, entre ellos, sus padres. El resto en catalán, que una cosa no quita la otra. Enfrentarse al poder nacionalista en Cataluña, socio imprescindible del Gobierno español, parece una temeridad. Pero el niño de Canet de Mar lleva todas las de ganar. Porque tiene razón. El infame acoso a que están siendo sometidos él y su familia lo confirma. Su valeroso desafío al poder dominante está despertando en esta Comunidad las conciencias acobardadas, que llevan tiempo sometiéndose al dictado nacionalista para no meterse en líos. El caso del niño de Canet marcará un antes y un después en la irracional «guerra de las lenguas». Lo mismo que una piedra caída en el centro del lago produce una sucesión de círculos concéntricos que van hasta la orilla.

Están en juego muchas cosas. En primer lugar, el respeto a las decisiones judiciales en un Estado de derecho. Esa es la clave de un sistema democrático. Lo contrario es la barbarie, el regreso a la tribu. En segundo lugar, evitar que el idioma español –una lengua universal– se vea despreciado y constreñido en una parte de España. O sea, en su propia tierra. Eso no impide que se cuiden como tesoros preciosos las lenguas regionales como el catalán. Ahora mismo en Cataluña hay un menosprecio oficial, que roza la persecución, al castellano. El catalán es el principal instrumento político, aparte de las tergiversaciones históricas, de los separatistas. Y, en tercer lugar, el episodio de Canet de Mar y las reacciones oficiales desbaratan la imagen inocente y victimista que los nacionalistas catalanes se esfuerzan en difundir por Europa y por el mundo. Un niño de cinco años con una pequeña mochila escolar a la espalda se interpondrá siempre.

Al mismo tiempo, la imagen de ese niño desvalido y odiado por los socios de Pedro Sánchez se convierte en testimonio acusador de los pactos del actual Gobierno y del falso diálogo que pretende llevar a cabo con los soberanistas catalanes. O se está con ese niño o se está con sus acosadores. Es preciso elegir. No vale todo para sostenerse en el poder. Los padres de la criatura piden vencer de una vez la espiral del silencio. Que los socialistas se apliquen el cuento.