Libertad de expresión
Generación ofendida
Ninguna credencial pone a nadie a salvo de los nuevos inquisidores
Tocqueville abrigó temores sobre la posibilidad de que la democracia desembocara en un Estado que se asemejara a un padre que no cuidara a sus hijos para que crezcan sino para que permanezcan siempre en la infancia y, por tanto, dependientes de él.
Esta infantilización política queda ilustrada por la generalización de las emociones, en particular la de sentirse ofendido ante todo, una peligrosa suspicacia porque no viene asociada a la asunción de responsabilidad sino, al contrario, a una creciente delegación de la misma en el poder político y legislativo, cuya acción propende no solo a recortar derechos y libertades sino a generar nuevos motivos de ofensa, alimentando un círculo vicioso que, de momento, marcha a buen ritmo. Como dice Carolina Fourest: «La tiranía de la ofensa reina por doquier, como preludio de la ley del silencio…la libertad de odiar jamás ha estado tan fuera de control en las redes sociales, pero la libertad de hablar y pensar jamás ha estado tan vigilada en la vida real» («Generación ofendida. De la policía cultural a la policía del pensamiento», Península).
Parece que no hay ridículo que no pueda ser superado. En Canadá, además de prohibir algunos comics de Tintín, hubo movilizaciones en contra de un curso de yoga, que desde hace años es impartido gratuitamente por la Universidad de Ottawa a estudiantes discapacitados. El argumento para eliminar los cursos fue que la India había sido oprimida por el colonialismo supremacista occidental. En serio.
La autora lamenta que estos delirios progresistas alimenten a sus adversarios: «la izquierda identitaria permite que gane la derecha identitaria…El más caro deseo de todo xenófobo intolerante se cumple a través de la izquierda victimista».
Ninguna credencial pone a nadie a salvo de los nuevos inquisidores. Spike Lee fue criticado por haber filmado una película sobre la violencia en Chicago, porque resulta que él es de Brooklyn. Y destacadas feministas de izquierdas han visto como los militantes LGTBI arremetían contra ellas por «traidoras», por creer que realmente hay mujeres.
Lejos de ser de derechas, la profesora Fourest invita a la izquierda a abandonar sus campañas identitarias: «de tanto defender la censura, la etnia, la religión y el particularismo, le está cediendo a la derecha el bello rol de defender la libertad». Y concluye: «si deseamos desactivar la guerra identitaria, no queda otra opción que desafiar la intimidación».
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