Covid-19

Todavía estará allí

Supone Laura que la tibieza de los políticos tiene que ver con la información que manejan sobre encuestas que, probablemente, les indican que adoptar medidas más duras irritan a la población

Cuando despertamos, la pandemia todavía estaba allí. La Covid es nuestro dinosaurio monterrossiano, permanente, dramáticamente eficaz, como un diablo que cambiara de forma a conveniencia para seguir jugando su caprichosa partida con esa especie humana que no se pone límites porque desconoce dónde están.

Laura no recuerda cuándo leyó aquel mínimo relato, pero desde entonces siempre le parece la evocación de una presencia eterna, perceptible en cualquier tiempo y lugar. El dinosaurio de Monterrosso está siempre, vivirá siempre, no se irá jamás porque en esa permanencia a lo largo del tiempo está la admirable consistencia de su valor literario. Su «todavía» es la eternidad.

Hoy se lo ha explicado a sus alumnos en clase, y a punto ha estado de confesarles que con la pandemia le pasa algo parecido: cada vez que piensa en ella siente una turbación similar a la que le produce la presencia constante y universal de un dinosaurio inmune al tiempo. Pero si el cuento le araña el alma con el admirado reconocimiento de una frase sublime, la permanente presencia de la pandemia le angustia y libera sus fantasmas más escondidos. Ese «todavía» mortal es en realidad la cruz de la moneda en cuyo anverso luce el perfil milenario del dinosaurio.

Una cruz que ha parasitado nuestros cuerpos biológicos y condicionado hasta hacerlo irreconocible el cuerpo social del que formamos parte: ha roto relaciones, establecido fronteras, y nos ha arrastrado a una incomunicación para la que ya abonaban sin saber muy bien para qué las redes sociales.

Con las vacunas vivimos el sueño de poder parar una expansión que nos había arruinado, pero cuando nos despertamos vacunados, el reverso del dinosaurio todavía seguía entre nosotros. Cambia de forma, muta como si de un ser inteligente y ambicioso se tratase, aprovecha las condiciones que le brinda la naturaleza para no abandonar a esta especie nuestra tan arrogante y por ello debilitada y vulnerable. Y hace que nuestras armas caduquen en el momento que empiezan a ser útiles y tranquilizarnos. Como si esperase a que bajáramos la guardia y cuando nos invadiera el sueño del fin de la pandemia, estar todavía allí al despertarnos.

Lo peor, piensa Laura, no es que parezca imposible que nos libremos de ella, que nos desanime la aparente invulnerabilidad de este enemigo biológico, sino que asistamos al espectáculo de la negación de la realidad por parte de quien debiera basarse en ella para actuar en beneficio de la comunidad.

Sigue la política desoyendo la llamada de la ciencia ni siquiera para propiciar el debate de soluciones que propone. Ante la ausencia de un criterio común, tampoco se abre paso a la discusión científica, y Laura piensa si no se deberá al temor de que el debate terminase alumbrando alguna solución o soluciones que impliquen impliquen renuncia o sacrificio para las personas y con ello desgaste y pérdida de poder o de influencia de quienes administran la cosa pública.

No es fácil, claro que no. No resulta nada sencillo exigir más a quien ya lleva bastante gastado y tiene ganas de volver a vivir. Pero hay colectivos como los sanitarios a quienes exprimimos por encima de sus posibilidades e incluso de las nuestras, porque la necesidad que de ellos tenemos parece ser superior a cualquier capacidad de resistencia. Para ellos no es que el dinosaurio siga allí, es que cada mañana que se despiertan –o cada noche, o cada tarde, que las guardias tienen esas cosas– les devora un poquito de sí mismos. Devora, porque desgastar ya lo hizo en el primer envite. ¿Por qué normalizamos que ellos se sacrifican hasta la extenuación –como los bomberos o los policías– y no permitimos que las normas que implican sacrificio se nos apliquen también a nosotros?

Supone Laura que la tibieza o el temor de los gestores de lo público, de los políticos, tiene que ver con la información que manejan sobre estados de opinión, encuestas que probablemente les indican que adoptar medidas más duras incomoden o irriten a la población y les causen un prejuicio en su reputación, influencia y, por tanto, relevancia política.

Escucha en la radio que el Gobierno ha vuelto a exigir mascarillas en todas partes, y se compromete a intensificar las vacunas y dotar de más medios a la atención primaria. Vale, está bien, pero ¿no hay nada más? ¿Con eso se para esta sexta ola que en realidad es un surtidor que se eleva desbocado?

La economía, las familias que lo han perdido todo o casi, las relaciones ya contaminadas por la distancia y la ansiedad, no se merecen otro parón que puede ser mortal. Pero ¿hay más opciones? Y si las hay ¿por qué no funcionan?

La pandemia todavía sigue aquí, y no sabemos cómo quitárnosla de encima. Laura hace lo que puede, que no es poco: mascarilla, distancia, limitar encuentros, pensar siempre en la facilidad del contagio...acudir a los remedios que están en su mano. Es, ciertamente, tiempo de responsabilidad individual. Pero el reverso del dinosaurio no nos va a abandonar sin el concurso decidido y valiente de una gestión pública atenta de verdad a la experiencia científica.