Economía
Cuando la corrección encontró a Sally
En una sociedad libre en un marco de leyes, no empobrecemos a los demás cuando prosperamos.
Sally Rooney es una escritora marxista, consagrada y rica. Como es políticamente correcta, su triunfo y su fortuna la desconciertan.
Se declara feliz por tener numerosos lectores y le gusta cobrar mucho por sus libros. Pero, como le apuntó a «El País», no entiende «por qué yo tengo que ganar mucho más que personas que realizan trabajos fundamentales para la sociedad, como mi marido, que es profesor de matemáticas, o los médicos, enfermeras, limpiadores o repartidores. Es imposible imaginar dónde estaríamos si todos hubieran dejado de trabajar y hubieran decidido que iban a ser novelistas». Cree que ella debe cobrar, pero no tanto como los demás.
Aquí hay varios equívocos. El primero, implícito, es que está mal cobrar una fortuna, como si la riqueza tuviera alguna contraindicación. De ahí es fácil resbalar hacia la falacia de la suma cero, y concluir que como ella es rica, entonces alguien es pobre. Pero en una sociedad libre en un marco de leyes, no empobrecemos a los demás cuando prosperamos.
En segundo lugar, la copiosa remuneración de doña Sally se entiende pensando precisamente en los demás, porque son ellos quienes la han hecho rica, comprando libremente sus libros en ese capitalismo que la escritora aborrece. Esa misma libertad es lo que hace que la mayoría de los ciudadanos no quieran ser escritores, ni autónomos, ni mucho menos empresarios, porque son actividades que tienen menos seguridad que la de los asalariados. La asunción de riesgos y la flexibilidad pueden conducir a mayores ingresos. O no. Porque la señora Rooney podría haber mencionado a sus colegas: multitud de escritores viven mal de su trabajo, o se ganan las habichuelas en otras actividades.
Cuando declara: «todo debería estar más justamente repartido», identifica justicia con igualdad impuesta por el poder, peligrosa noción que abre la puerta a la violación de la libertad individual. ¿Cómo se repartiría todo «justamente» si no es mediante la voluntad libre de las personas?
Es entrañable el momento cuando Anatxu Zabalbeascoa le pregunta qué hace al respecto de su inquietud anticapitalista, y doña Sally responde: «¿Qué puedo hacer? Cojo el dinero. He pasado épocas sin blanca y ahora cobro mucho más que la mayoría de las personas. Pero mis opiniones son las mismas». Keynes subrayaba que cuando él se equivocaba, cambiaba de opinión. Por dar una idea, digo.
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