Política

El declive de Podemos

El comunismo lleva mal la disidencia y los sospechosos, sea verdad o no, son depurados

A estas alturas todo el mundo coincide en la decadencia de Podemos. Es algo que asumen incluso los periodistas más afectos, que tienen puestas sus esperanzas en la plataforma de la vicepresidenta Díaz. Es curioso lo mal que le ha sentado el paso del tiempo. Hay muchos factores que explican este proceso. El origen lo encontramos en la propia foto del acto fundacional. La guerra de egos y la soberbia hacen que sea irrepetible, porque muchos fueron cayendo por el camino. Errejón, que era considerado el cofundador, acabó peleado con su amigo Iglesias y ahora se profesan un odio enfermizo. Hoy lidera Más País, aunque todo indica que será fagocitado, quiera o no, por Díaz. Los jóvenes airados que gritaban «sí se puede» y «no nos representan», entre otras soflamas comunistas y antisistema, consiguieron una sucesión de éxitos electorales mientras Iglesias iba liquidando a sus antiguos amigos y colaboradores. Por supuesto, era un proceso que se justificaba en las traiciones contra su hiperliderazgo. Es lo mismo que sucedió en los famosos juicios de Moscú ordenados por el camarada Stalin. El comunismo lleva mal la disidencia y los sospechosos, sea verdad o no, son depurados. Es consustancial al comunismo.

No deja de sorprender que hayan malogrado el proyecto y dilapidado los votos que consiguieron. Las encuestas muestran un claro retroceso, pero lo más relevante es el pésimo resultado que han obtenido en las diferentes consultas electorales. Iglesias abandonó el Gobierno para ser candidato en Madrid y logró un sonoro fracaso, aunque impidió la desaparición de Podemos. Había conseguido participar en el primer gobierno de coalición desde la Segunda República y contaba con cinco ministerios. Había entrado en el Olimpo y era el vicepresidente. Era la oportunidad para seguir avanzando en la construcción de una izquierda alternativa al PSOE, pero decidió encerrarse en su torre de marfil y ver enemigos en todas las esquinas. Nunca llevó bien la discrepancia o las críticas, pero en el Gobierno se volvió obsesivo. Todo el mundo le quería derrocar y los periodistas le tenían manía. Podemos se dedicó a atacar y descalificar a sus rivales, pero no podía aceptar que se lo hicieran a él y a su equipo. Al final, fue un vicepresidente a la fuga y Sánchez se libró de un socio muy incómodo.