Emmanuel Macron

Macron y el aborto

Emmanuel Macron ha querido iniciar con una comparecencia en el Parlamento Europeo –como es habitual– el semestre de presidencia de la UE que le corresponde a Francia. Pero dada la coincidencia del mandato francés con las elecciones presidenciales de la República, a cuya reelección se presenta, ha querido hacerlo en esa doble condición. Para ello utilizó la tribuna del Parlamento Europeo, lo que dio lugar a un tenso debate, que él aprovechó para anunciar como iniciativa maestra de su programa nada menos que la reforma de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE a fin de incorporar el aborto como uno de ellos.

Sacar adelante esa iniciativa no parece fácil mientras Hungría y Polonia –incluso Malta–formen parte de la Unión, ya que requiere de la unanimidad de los 27 estados que la componen. Pero con Francia al frente saldrá antes o después, a reserva de algún cambio muy importante y no previsible en estos momentos.

En todo caso, el anuncio tiene extraordinaria importancia como manifestación pública de voluntad política en una Europa –antaño la Cristiandad– y por parte de una Francia considerada como la «fille aîné de l’eglise» (la hija primogénita de la Iglesia) desde la conversión del rey de los francos Clodoveo el día de Navidad de 496. La UE actual dista tanto del Tratado de Roma de 1957 –fundacional del Mercado Común, promovido por humanistas cristianos reconocidos como Padres fundadores de la UE como Schuman, Adenauer, De Gasperi, Spaak, Monnet– como lejanía hay entre esta iniciativa de Macron y el derecho a la vida como antes era reconocido, desde su concepcion hasta la muerte natural.

Aquella Europa surgía de las cenizas dejadas por una guerra que devastó el continente. Para evitar otra contienda se quiso construir una «nueva» Europa sobre los fundamentos de las comunes raíces cristianas de los seis países iniciales. A 65 años de aquellos acontecimientos, la UE aparece empequeñecida en un mundo globalizado y situada entre dos superpotencias –EEEUU y China– y una Rusia que quiere recuperar lo perdido en aquella década histórica de los ochenta del pasado siglo.

Ahora resuenan con fuerza aquellas proféticas y memorables palabras de S. Juan Pablo II en su despedida de España en 1982 desde el «Finis terrae» europeo: «Europa, sé tu misma. Descubre tus orígenes, aviva tus raíces… tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo». Para concluir diciendo: «En el cristianismo se hallan aquellas raíces comunes de las que ha madurado la civilización del continente». El camino recorrido desde entonces es el inverso.