Partido Popular
La guerra de Castilla
Entre 1474 y 1479 tuvo lugar la guerra de sucesión castellana, para regir la Corona de Castilla, entre los partidarios de Juana de Trastámara, hija del difunto monarca Enrique IV de Castilla, conocida como la «Beltraneja», y los de Isabel, hermana del Rey. La guerra finalizó con la firma del Tratado de Alcáçovas, y el reconocimiento de Isabel y Fernando como reyes de Castilla. A partir de esa fecha, los Reyes Católicos construirían un reino sobre la base de Castilla, coherente, fuerte, dinámico; convirtiendo a España en potencia hegemónica. Tuvieron lo que hoy se llama visión de Estado.
Pareciera que nada ha cambiado en el siglo XXI, y de nuevo es en Castilla, dónde parece decidirse todo. Quien gane la batalla de Madrid será quien que decida el futuro de España, creen señalar agoreros de la capital del reino. Una ambiciosa Isabel, ha decidido plantar batalla contra Pablo Casado y disputar la presidencia a la Moncloa, mientras los de Casado han respondido con un órdago de incalculables consecuencias. Ambos creen que sólo Castilla es España, ante la mirada estupefacta de la mayoría de españoles que no residimos en Madrid y que miramos con perpleja extrañeza el suicidio del centroderecha hispano.
A Pablo Casado no le pusieron las cosas fáciles desde que alcanzó la presidencia del partido. A las dificultades inherentes de la dura pugna que tuvo que lidiar para alcanzar el trono de Génova, con la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, se unió la incómoda carga de la corrupción y una situación de depresión colectiva en el partido tras la pérdida de poder, con la consiguiente deserción de primeras espadas que gobernaron con Rajoy.
Casado se armó de paciencia, se rodeó de un equipo joven e inexperto (demasiado joven y demasiado inexperto) y trabajó un «rearme ideológico» del centroderecha, buscando un perfil regeneracionista y prometiendo actuar con contundencia frente a la corrupción: «Aquí no cabe ni un solo corrupto». Las encuestas, poco a poco, señalaron una tendencia clara de consolidación del PP como alternativa, a pesar de la ausencia de medios de comunicación al servicio del PP, con tertulias diarias de ataques personales y demagogias varias, sin un equipo de gurús ni asesores a su servicio y con el CIS enmarañando mensualmente.
En octubre de 2020 supo plantar cara a Vox, al responder con un brillante discurso la encerrona de la derecha extrema, que organizó el debate sobre la moción de censura, con el objetivo de incomodarle, a sabiendas que no contaban con los apoyos para desalojar a Pedro Sánchez. El «No queremos ser como ustedes» surtió inmediatos efectos, parando la sangría de votos populares que nutrían las arcas de la derecha radical, denunciando que el colectivismo y el intervencionismo no se combaten con la demagogia y el populismo que preconiza Vox. Ello ofuscó a los de Abascal, y el presidente popular lanzó sólidas propuestas de libertad y tolerancia.
Sin embargo, cuando todo parecía indicar que el camino a la Moncloa estaba garantizado, tras la moción de censura en Murcia, la práctica desaparición de Ciudadanos y la victoria de Ayuso en Madrid, estalla con virulencia una guerra civil en Castilla. E Isabel se rebela contra Pablo. La presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha forjado su liderazgo en el enfrentamiento continuo al Gobierno de Pedro Sánchez, especialmente durante la pandemia, supo potenciar su figura en contraproposición a la del presidente. Ahora busca coronar la presidencia del partido en Madrid para asaltar el trono de Génova, enfrentándose a Pablo.
Espionaje, contratos irregulares, presunta corrupción, expedientes informativos y un PP que se desangra ante la atónita mirada de toda España. Una ruptura en directo entre Génova, protagonizada por Teo García Gea, y la presidenta madrileña. Esta, creyéndose la princesa doña Isabel, parece emular el 13 de diciembre de 1474, cuando desde Segovia, mandó alzar pendones por «¡Castilla! ¡Castilla!, ¡por el rey don Fernando y por la reina doña Isabel, su mujer, propietaria de estos reinos!»
Falta visión de Estado y sobran populismos. A ello, Casado ha dicho basta. Isabel, líder natural, debe poner templanza. Mientras, Pedro Sánchez, sonríe.
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