Sandra Golpe

Maldito fuego amigo

La gravedad de los hechos merece una explicación inmediata del número uno del PP, porque ciertas acusaciones de corrupción hay que hacerlas en persona, con pruebas

La ruptura de Isabel Díaz Ayuso con Pablo Casado, y con toda España asistiendo, atónita, a los acontecimientos a través de la televisión, ha provocado una guerra de proporciones inciertas en el seno de un partido que resulta vital para la estabilidad de este país. Mientras te escribo, soy consciente de que quizá, cuando me leas, estas líneas se habrán quedado antiguas. Todo ocurre a la velocidad del rayo en los momentos más críticos. Ahora mismo, veo a las puertas de Génova una manifestación a favor de la presidenta madrileña, con corona de flores incluida para el líder del PP (y el mensaje lapidario «Pablo, siempre te recordaremos»). ¿Por qué Pablo Casado, con la hora que es, no ha dado aún explicaciones de esta trama de espionaje, deslealtades y sombras de corrupción? Flaco favor se hace. Enfrente tiene nada menos que a la mujer más carismática de su partido, a la política con más tirón de este país, recién expedientada por los suyos. La gravedad de los hechos merece una explicación inmediata del número uno del PP, porque ciertas acusaciones de corrupción hay que hacerlas en persona, con pruebas. Y porque las deslealtades, si se han sufrido, hay que explicarlas debidamente a los votantes, si quieres contar con su comprensión.

¿Por quién pones hoy la mano en el fuego? Si preguntas a tu alrededor, la inmensa mayoría te mencionará a su círculo íntimo, a su familia, a un par de amigos, a lo sumo. Y para de contar. Ayuso compareció con ese mismo argumento, el de la familia, y fue rotunda defendiendo la legalidad de las actividades de su hermano, denunciando que la cúpula de su partido ha querido destruirla sin pruebas, intentando espiarla ilegalmente, a ella y a su entorno.

Unas horas antes, el alcalde Almeida aseguraba que nadie la había espiado y, mira tú por dónde, unos audios han desbaratado ese argumento y, a esta hora, tenemos encima de la mesa la dimisión de Ángel Carromero, su mano derecha en el consistorio madrileño. Entiendo que hay varias posibilidades: a Almeida le ha traicionado con mentiras su entorno más inmediato –Carromero y compañía– o él mismo formaba parte de esta guerra sucia.

No sé qué más tiene que pasar en este país en el que, casi siempre, para mal, la realidad política supera a la ficción de las series. Mira que hemos asistido a múltiples sesiones bochornosas en el Congreso, con partidos de todos los colores provocándonos rechazo y estupor. Pero esto del fuego amigo, estas últimas horas han dinamitado los ánimos de todos los populares, barones incluidos. Están que trinan, y con razón, en un contexto en el que su formación debería emerger como la fuerza alternativa para España ante la clara expansión de VOX, y ante un Gobierno que se frota las manos, a pesar de sus desaciertos.