Guerra en Ucrania

¿La primera víctima de una guerra es la verdad?

«Rusia ha perdido la guerra de la propaganda, aunque finalmente derrote a Ucrania»

No hay duda de que es una pregunta tan inquietante como fascinante. Lo es desde tiempos inmemoriales. Es fácil adentrarse en la filosofía y la moral, pero no hay nada más inmoral y terrible que una guerra. A su lado llega el horror, las muertes, los heridos y la destrucción. Nada puede ser más irracional y contrario a lo que entendemos por humanidad. Es bueno recordar, como escribió el dramaturgo Esquilo de Eleusis, que «nada sabe de calamidades quien no las ha tenido de enemigas». Las cómodas sociedades occidentales nada sabemos de los conflictos bélicos más allá de las informaciones e imágenes que damos a conocer los medios de comunicación. Unos pocos las han vivido de primera mano, porque son corresponsales de guerra, militares, sanitarios, diplomáticos, colaboradores de ONGs, religiosos… El resto, simplemente, recibimos la información, más o menos veraz, y nos sentimos sobrecogidos desde la cómoda distancia de los salones de nuestras casas. La utilización de la propaganda y la mentira, que no tienen porqué ser lo mismo, son un claro e importante instrumento militar desde hace muchos siglos. En los tiempos de la globalización han adquirido un papel todavía más decisivo, porque sirven para influir en la sensibilidad de las sociedades democráticas.

La URSS y la Alemania de Hitler coincidieron en su extraordinaria capacidad propagandística. No se puede cuestionar el talento, desgraciadamente, que mostraron y que sirvió para defender su monstruoso comportamiento. Por supuesto, la publicidad, con sus edulcorados mensajes y su apelación al patriotismo, fue algo que hicieron los aliados en las dos guerras mundiales. En la Primera fue básicamente la prensa, mientras que en la Segunda se incorporaron la radio y el cine. Con la Guerra Fría se utilizó la televisión y en la actualidad tenemos los medios digitales que son fascinantes autopistas de la información y la desinformación. La avalancha de noticias es tan impresionante como abrumadora, hasta el extremo de que resulta difícil discernir dónde se encuentra la verdad. Es un concepto tan amplio e interpretable, que es difícil saber cuándo es indudable, clara y sin tergiversaciones. Todo el mundo tiene su verdad. Por eso, es la primera víctima de una guerra.

La agresión rusa contra Ucrania ha quedado consagrada como una verdad incuestionable, donde un país soberano es invadido por un dictador que actúa de forma irracional y que está dispuesto ha provocar, incluso, una guerra nuclear. Nuestra lectura no puede ir más allá, salvo que alguien quiera asumir la condición de «amigo» de Putin y por tanto sufrir una campaña de desprestigio brutal. He de reconocer que la simplificación de las cuestiones complejas me produce una profunda irritación. Es cierto que, en estos tiempos, en los que reinan las redes sociales, es difícil analizar nada en profundidad, porque una noticia se ve sustituida rápidamente por la siguiente. Hemos asumido la cultura de la inmediatez y la superficialidad como algo normal, cuando es tan absurdo como irracional. Hace unas semanas estábamos sobrecogidos por la tragedia en Afganistán, pero hace mucho que ha desaparecido de nuestra agenda informativa. No nos importa lo que sucede en un país tan lejano. Ahora estamos ocupados con Ucrania y la solidaridad es inmensa, porque es la forma que tenemos de acallar nuestras frágiles conciencias. Es este caso, además, es una guerra que está en nuestras fronteras y podemos simplificar lo que sucede en el eje de buenos y malos.

La propaganda es un concepto muy antiguo que ha sido utilizado por naciones e instituciones al servicio de sus intereses. El uso de noticias falsas, que ahora se expanden con gran facilidad gracias a la proliferación de medios digitales, es muy útil en todos los terrenos, aunque sea una práctica deleznable. Todos los días somos bombardeados por comunicaciones persuasivas que nos animan a comprar productos y la información también lo es. La ficción, en series, novelas y películas, también resulta muy eficaz para establecer ideas o estereotipos políticos. Un ejemplo de ello es la percepción que ofrecen de la gente de que no es de izquierdas o la apropiación de palabras al servicio de los partidos políticos. La política española está llena de manipulaciones y mentiras que son aceptadas, porque es lo que mucha gente espera oír. No hay nada mejor para descalificar al adversario o movilizar a tus seguidores.

Rusia ha perdido la guerra de la propaganda, aunque finalmente derrote a Ucrania. Los europeos, incluidos los estadounidenses que forman parte de ese concepto amplio que podemos denominar civilización europea, somos los que más países hemos invadido a lo largo de la Historia de la Humanidad. Estados Unidos es una gran democracia, pero lo ha hecho siempre que le ha convenido e, incluso, su origen está en la invasión de un territorio que no era británico, español, francés u holandés, sino de una población indígena que fue brutalmente masacrada. Por supuesto, invadimos América, África, Asia y Oceanía en nombre, sobre todo, de la codicia, que es uno de los motores que nos inspiran. La excusa siempre ha sido que teníamos que civilizar, aunque nunca preguntamos si sus habitantes querían ser civilizados. La actuación de Putin no tiene ninguna justificación. Es bueno aclararlo, porque empezó con Crimea y ha seguido, finalmente, con el resto de Ucrania. Ni siquiera se ha molestado en utilizar la propaganda, la guerra psicológica o la desinformación, como era habitual en la URSS. Ha actuado con la misma lógica que se aplicó en las invasiones de Hungría, para acabar con la Revolución de 1956, o de Checoslovaquia, el 20 de agosto de 1968 para aplastar la Primavera de Praga. El objetivo era reponer el poder comunista tal como quería Moscú y aplastar la libertad. Ahora sucede lo mismo.