Guerra en Ucrania
¿Qué estamos dispuestos a hacer por Ucrania?
La épica será cabalgar sobre los discursos de estos impresentables, no es una opinión, es un ataque, que cambian la bolita de lado a la vez que caen las bombas sobre los vivos y sobre los muertos
Las palabras épicas, el tono firme de las condenas, ese ponerse del lado correcto de la Historia, todo queda muy bien si no fuera porque serán un amasijo de palabras en el desván de los recuerdos ridículos de esta civilización tuya y mía. Unos dicen que meterse en harina haría un churro peor que con el que Putin agasaja a Ucrania. Pero quedarse fuera tampoco es una opción mientras vemos por televisión, en directo, cómo un pueblo entero es asesinado u obligado a huir antes nuestros ojos. No me refiero a los gobernantes, de los que ya uno solo espera que sepan morir bien si les toca el turno, o que expiren silenciosamente en su retirada de la política. Hablo de usted y de mí.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a aguantar las consecuencias de las sanciones? ¿Nos importará más nuestro bolsillo cuando tengamos que echar gasolina? ¿Echaremos de menos algún producto del supermercado sin que nos fastidie? El fondo de recuperación europeo ya no cubrirá nuestro déficit cuando en vez de depresión vivamos una nueva recesión. Llegados a ese punto se pondrá a prueba nuestra solidaridad con las víctimas de Putin. Debería estar penado que ese fondo se emplee en asuntos baladíes como el estudio de la perspectiva de género de las matemáticas. Deberían estar penadas, siquiera con la burla pública, que Irene Montero haga caja, por algo fue cajera, afirmando que el feminismo es la solución a esta guerra, mientras Pablo Iglesias sacude a Jabois en las redes por criticar que los de Unidas Podemos se pongan de perfil ante el sátrapa.
La épica será cabalgar sobre los discursos de estos impresentables, no es una opinión, es un ataque, que cambian la bolita de lado a la vez que caen las bombas sobre los vivos y sobre los muertos. La épica será objetar de algunas comodidades digamos que accesorias pero que ahora ya se nos antojan imprescindibles. ¿Seremos capaces de llegar con los ucranios hasta la derrota planetaria de un envalentonado comunista con pectorales de macho gay? La homofobia de Putin solo puede ser síntoma de algún complejo fálico que ansía matar con las ojivas atómicas, ese aperitivo sexual de la orgía fina. Mientras tanto, mucha calma. Hasta que tengamos que escondernos en los búnkeres de la otra guerra, porque, al cabo, una contienda sucede a otra en un encadenado túnel histórico. Pero, a lo que íbamos que entramos ya en poesía costurera y se nos escapan los hilvanes: ¿Hasta dónde seremos capaces de sacrificar la masa madre por las madres en masa de Kiev?
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