Economía

Millones Warren

El mensaje es totalitario: si usted cuestiona los millones de Warren y discrepa del diagnóstico progresista, usted no solamente está en un error, sino que además es culpable.

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las repuestas, está dispuesto a gastar 21.319 millones de euros en el tercer Plan Estratégico de Igualdad Efectiva entre Hombres y Mujeres. Su ministra de Igualdad, señora Irene Montero, fue objeto de críticas por la muy abultada suma, pero nadie pareció prestar atención a las declaraciones de Warren.

La demagogia de la señora ministra fue la habitual: «el feminismo es una brújula para la unidad en los momentos más difíciles y lo mejor que le ha pasado a este país». Y, por supuesto, el gasto público, perdón, «inversión», para la «Igualdad Efectiva» no servirá para mantener los habituales chiringuitos de los amigos de la casta gobernante, sino para erradicar «toda» la violencia «machista», y conseguir que las mujeres tengan salud, vivienda, empleo, «y algo muy importante, políticas públicas de conciliación para que todas tengamos tiempo para vivir, ejercer nuestros derechos y ser felices. El feminismo nos permite construir un país mejor».

Todo esto es normal en los ultras, tanto socialistas como fascistas, que comparten la idolatría del Estado y la falta de respeto hacia la libertad de las mujeres. Su inconsistencia analítica es diáfana, porque consiste en creer que el gasto público consigue siempre sus objetivos por definición, objetivos que son buenos, también por definición, y además sin coste alguno, cuando la realidad es justo la contraria.

Warren Sánchez replicó esta demagogia insustancial: «lo que nos convierte en un Gobierno feminista es que hacemos política feminista. Esto es lo verdaderamente transformador, convertir el feminismo en una política transversal», porque «una cultura de la igualdad solo se puede consolidar con políticas públicas que tengan perspectiva de género».

Ni la ministra ni Warren tuvieron un segundo para reconocer lo obvio, y es que sus políticas transversales comportan necesariamente la opresión de millones de trabajadoras, obligadas a pagarlas, como todo contribuyente, bajo pena de prisión. Ignoraron también que la supuesta igualdad «efectiva» que anhelan solo se puede lograr mediante la coacción legal sobre las mujeres.

Pero Warren fue mucho peor, porque avisó: «una parte de la sociedad niega aún la violencia de género» y señaló la «relación evidente entre el negacionismo de esta violencia y la violencia misma». El mensaje es totalitario: si usted cuestiona los millones de Warren y discrepa del diagnóstico progresista, usted no solamente está en un error, sino que además es culpable.