Guerra en Ucrania
Natasha, Marina...
La Rusia del nuevo mundo de la ensoñación de Putin es una tiranía feroz y sanguinaria. Lo vimos en Siria y en Chechenia; lo estamos viendo en la Europa que quiere rediseñar
La guerra es femenino. Su imagen hoy tiene nombre de mujer. Dos nombres propios, Natasha y Marina, tejen este miércoles el relato de un presente que quiere escribir a sangre y fuego Vladimir Putin desenterrando el proyecto de la Rusia delineada en las fronteras de la antigua Unión Soviética. Como dice el texto recuperado por el «think tank» francés Fondapol, que distribuyó por error la agencia rusa Novosti dos días después del comienzo de la invasión, estamos ante el «advenimiento de Rusia y el nuevo mundo». Está escrito por un escribano de Putin para celebrar y explicar la victoria, pero se les escapó a destiempo y aunque lo intentaron borrar, circula ya como un manual perfectamente descriptivo y clarificador del proyecto imperialista del dictador ruso. La victoria –que iba a ser rápida, contundente e incontestada– habría demostrado el final de la dominación occidental global.
Pero mientras ésta llega, retrasada por el coraje de los ucranianos y la determinación del occidente que se une como nunca, conviene negar lo evidente, decir que los muertos son actores y que la muerte y destrucción son justificadas o las provoca el enemigo, y de puertas adentro, en casa, manipular, negar y reprimir.
La Rusia del nuevo mundo de la ensoñación de Putin es una tiranía feroz y sanguinaria. Lo vimos en Siria y en Chechenia; lo estamos viendo en la Europa que quiere rediseñar y se ve también en su interior, con la oposición entre rejas o asesinada y las detenciones de disidentes o sencillamente de quienes protestan. Hasta el absurdo de llevarse en volandas a comisaría a quien simplemente exhibe un cartel en blanco. El mensaje es claro: detenido por pensar.
Natasha y Marina, dos nombres de mujer sostienen el espejo de esta realidad odiosa. La primera es ucraniana, ha abandonado su casa en el Kiev asediado, y con suerte habrá conseguido hoy llegar a la frontera con Polonia en un coche en el que viaja su vida entera, y los hijos cuyo futuro necesita proteger. Es profesora de español, y confía en llegar hasta Alicante. Marina es rusa, de padre ucraniano, tuvo el coraje de exhibir en el canal 1 de la televisión pública rusa, el más visto y en el que trabaja como periodista, un cartel denunciando la guerra y la manipulación de los medios como el suyo. Recorrió el mundo su hazaña en pleno telediario de máxima audiencia en Rusia. Había dejado antes un video en Instagram explicando su acción y pidiendo perdón por haber participado hasta ayer en esa liturgia del engaño de la dictadura. Ha sido sancionada con una multa y probablemente perderá su trabajo. Quizá la visión universal de su acto de protesta le ha librado de un castigo mayor, a la altura de la represión que sufren los que alzan la voz contra el régimen.
Marina y Natasha son hoy el rostro y el alma de este horror de la guerra. También podría serlo la mujer embarazada a la que vimos en camilla tras el atentado contra el hospital infantil de Mariupol, y que ayer supimos había muerto. Pero no tiene nombre que conozcamos. Como tantos otros, como tantas otras, a quienes ni olvidaremos ni podemos olvidar. Porque su guerra es también la nuestra. Porque lo que se está jugando en el tablero es lo que tanto nos costó alcanzar y nos cuesta mantener: lo dicen ellos mismos, el nuevo orden. El que castiga a Marina, rompe la vida de Natasha o asesina a la mujer del hospital.
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