Sociedad

Arma de guerra

En Ucrania se escriben las feas páginas de la intrahistoria del conflicto bélico, sin que casi nadie se atreva a mencionarlas

En estos días aciagos de guerra, en los que resulta complicado pensar en otra cosa que no sean las bombas y los riesgos de una guerra química o nuclear, en Ucrania se escriben las feas páginas de la intrahistoria del conflicto bélico, sin que casi nadie se atreva a mencionarlas. Me refiero, en concreto, a las que tienen que ver con una de las más poderosas y despiadadas armas de guerra: la violación. Está presente en todas las guerras y, por desgracia, en los bandos de los malos y hasta en los de los buenos.

Oímos hablar a dirigentes políticos y líderes de asociaciones, de las mafias que esperan en las fronteras para esclavizar mujeres y vender niños; pero no parecen escucharse voces que se alcen contra este horror, que estigmatiza a las mujeres y por supuesto también a sus hijos, tantas veces presentes cuando se produce.

El otro día, en un chat donde se reclaman toda suerte de ayudas para Ucrania desde una iniciativa privada, la persona que la gobierna nos explicaba, con angustia, que más allá de las noticias sobre este asunto que se recogen en los diarios, estas agresiones, doblemente malvadas por sexuales y porque doblegan el alma y crean un rechazo hasta por parte de los cercanos, están empezando a ser una constante en esta guerra, como lo han sido en todas.

Y que parecen imparables. Como siempre, aunque se queden en la memoria para toda la vida, muchas mujeres las callan por dolor o por vergüenza e incluso por no dañar aún más a sus maltrechos familiares, empezando por los hijos. Ellos también guardan silencio. Pero también una cicatriz aún mayor: la de haber contemplado el sufrimiento de sus madres y la del no haber podido evitarlo.