Política

Inaplazables reformas políticas

Estamos en una crisis económica que es también una crisis política en el sentido más profundo de la palabra

En veinte años, en España sólo se ha puesto en marcha una reforma seria, la del mercado laboral, aunque el gobierno de Rajoy se abstuvo de explicar en qué consistía y en qué beneficiaba a los españoles y al país. La sociedad española, que presenta rasgos de una vitalidad extraordinaria, es también, sin duda, la más gregaria y conformista de la Unión Europea. Sánchez y los podemitas, que sueñan con una España quebrada, asistida y dependiente, no iban a contrariar una querencia tan arraigada. Así que la crisis ha sido abordada como se ha hecho con las anteriores. Con mucha propaganda de tono social y unos cuantos parches a la espera de que la cosa escampe, llegue el «dinero de Europa» como llega la lluvia, y saque al gobierno del apuro.

No es de extrañar que el gobierno esté cada vez más desacreditado y que los propios ministros, como quedó en evidencia en la rueda de prensa del Consejo del pasado martes, sean incapaces de transmitir algo de seguridad. Sólo teniendo en cuenta el grado casi cero de capacidad política, el propio de los ministros y ministras de Podemos, se es capaz de asumir con convicción un papel como el que están jugando. De hecho, en lo único que hemos avanzado es en el desmantelamiento simbólico, político y administrativo del Estado.

Lo que se va configurando así es el agotamiento del gobierno de la coalición PSOE-UP con sus apoyos anti españoles de nacionalistas y filoetarras. Y sin entrar en la cuestión nacional, un asunto que tampoco admite más dilaciones, lo que se plantea ya es la necesidad de articular una perspectiva de reformas que cuente con el apoyo de una mayoría de la sociedad española. La crisis es de tal categoría, agravada por estos veinte años echados a perder, que no se podrá resolver –como no se pudo resolver la de 2008– recurriendo a expedientes de gestión. Ni el desquiciado desempleo estructural, ni la inflación, ni la falta de productividad, ni la deuda, ni la rigidez laboral, ni la fiscalidad agobiante, ni un gasto público propio de nuevos ricos, ni los obstáculos al espíritu empresarial admiten ya soluciones de corto plazo. Un buen ejemplo es la cuestión de la energía, que plantea desafíos económicos, pero también geopolíticos, que atañen a la posición de nuestro país en el mundo, y también culturales y morales, acerca del modelo de sociedad en la que queremos vivir.

Estamos en una crisis económica que es también, de por sí, una crisis política en el sentido más profundo de la palabra. A eso se añade el agotamiento del modelo autonómico: en cuanto a los nacionalismos, pero también en cuanto a otras realidades, como el vaciamiento de toda la España central en favor de Madrid. La derecha, ya sea en versión nacional y conservadora, o tecnocrática y liberal, está por tanto en la obligación de dar a conocer un programa consistente de reformas. Los españoles se sienten muy apegados a sus costumbres y a sus inclinaciones sentimentales. También está el otro aspecto, que es el gusto por la novedad, la apertura de espíritu, la vitalidad y la cohesión social de nuestra sociedad. Son elementos suficientes para pensar que se les puede tratar como a adultos, no como a los súbditos infantilizados de un despotismo… ¿ilustrado?