Cine
La paradoja Will Smith
En Hollywood ya solo les queda encomendarse al gran Wilder e intentar parapetarse tras aquello de que nadie es perfecto
Lástima que esta columna se publique los jueves. Es lo primero que pensé el lunes a las seis de la mañana al conocer lo que había ocurrido en la gala de los Oscar, pero, acto seguido, recordé las acaloradas discusiones que animaban mis clases de derecho penal hace veinte años sobre los supuestos que legitiman el uso de la fuerza (ay, la proporcionalidad) y entonces concluí que el tema, por transversal y universal, bien podía aguantar unos días más. A estas alturas de la semana, ustedes ya conocen todos y cada uno de los pormenores de la bofetada de Will Smith a Chris Rock, las posteriores explicaciones, disculpas y las mil y una reacciones y teorías al respecto. Una agresión, sobra decir, nunca está justificada (aunque se reabra, tangencialmente, el pertinente debate sobre los límites del humor), pero resulta casi ineludible diseccionar el contexto para comprender la vehemencia de los posicionamientos. Buscando perspectivas, más originales que realistas, hay quien se ha preguntado qué habría pasado si el tortazo lo hubiera propinado una mujer o si el color de la piel de los protagonistas hubiese sido otro. La respuesta es evidente: estaríamos ante un caso y un debate diferentes. La realidad es la que es. Un hombre agredió a otro en defensa, supuestamente, del honor de una mujer. ¡Pardiez!, solo falta añadir. Nos encontramos de golpe (nunca mejor, o peor, dicho) con que la era pos «Me too» deja una extemporánea regresión al esquema social más rancio y retrógrado. Y la meca de la ficción se instala así en la paradoja de que frente al mensaje que quería lanzar contra eso que se empeñan en llamar «masculinidad tóxica», que no es más que machismo y que, además, relata tan maravillosamente «El poder del perro», ha terminado por exportar la más vulgar realidad hasta con el inaceptable pretexto de las locuras que se cometen por amor. En Hollywood ya solo les queda encomendarse al gran Wilder e intentar parapetarse tras aquello de que nadie es perfecto.
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