Opinión

Una ola de descontento

El voto del cabreo recorre Europa de lado a lado

El voto a Le Pen en Francia no es un voto de ultraderecha. Quien haga ese análisis y extraiga esa conclusión se equivoca. Es el voto de cientos de miles de franceses que no pueden más con un coste de la vida imposible de asumir. Y el rechazo a las políticas globalistas de los neocones liberales o socialistas que imponen sacrificios, restricciones, confinamientos a la gente mientras ellos se saltan las normas a la torera. Por ejemplo, Boris Johnson en Gran Bretaña. O un Macron arrogante que durante su mandato tuvo que acorazarse ante la indignación de los chalecos amarillos o los manifestantes anti-pandemia. Es fácil decir que toda esa gente es de ultraderecha. Pero no es verdad. Los votantes de Mélenchon son radicales de izquierda, que coinciden en una cosa con los de Le Pen: están hartos de una clase política vividora y de unas instituciones que no ha elegido nadie pero imponen sus dictados a la ciudadanía. Hay hartazgo de la burocracia de la UE como lo hay de la OTAN o de la OMS. Y lo hay en todas partes. En EE UU se canalizó a través de Trump; en Latinoamérica, por los movimientos izquierdistas; en Gran Bretaña, con el Brexit; en Italia, con la Liga y el M5S; en Hungría con Orban y en Francia, con Le Pen, Mélenchon y Zemmour. Lo mismo que en España Vox y, en el lado opuesto, Podemos. La izquierda y la derecha tradicionales se han alejado tanto de la gente que corren el riesgo de diluirse.

Es un error pensar que el voto a Vox en un voto ultra como lo fue el de Fuerza Nueva. Es el mismo voto del cabreo que recorre Europa de lado a lado, ante las respuestas inanes de los partidos de siempre. En España, tal vez, con la única excepción de Ayuso.