Francia
Neochoque de civilizaciones
Francia se fractura entre los nacionalistas-populistas y los liberales-globalistas
La Unión Europea y la OTAN respiraron aliviados tras conocer los resultados de las elecciones francesas del domingo. La victoria de Emmanuel Macron fue rotunda (17 puntos por delante de la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen). A sus 44 años, entra en el exclusivo club de los presidentes que han salido reelegidos en la V República: Charles De Gaulle, François Mitterrand y Jacques Chirac. Es el único (si contamos que el primer mandato del general De Gaulle no fue por sufragio) en hacerlo sin pagar el peaje de la cohabitación. El papel de Francia como país fundador de la UE y potencia militar de la OTAN, con una fuerte implicación en la guerra de Ucrania, está asegurado durante los próximos cinco años. Un descanso. El triunfo es histórico, sin embargo, está igualado al nivel de los desafíos a los que se enfrenta el joven presidente.
Quizás, por esta razón, el discurso de la victoria de Macron en el Campo de Marte fue uno de los más lacónicos y deslavazados que se recuerdan. La subida de Le Pen, que superó el 40% de los sufragios, dejó en el mandatario un sabor amargo. También los abstencionistas. Hay que rebobinar 50 años atrás para ver una desmovilización cercana al 28%. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la extrema derecha nacionalista, euroescéptica y antiinmigración se consolida como una alternativa de gobierno y esta excepcionalidad se produce durante su mandato. Como en 2017, subió al escenario con el himno de la UE, la Oda de la Alegría de Beethoven, de fondo. E igual que hace cinco años prometió responder a las preocupaciones de los votantes de Le Pen. La repetición de estas palabras sonó a fracaso. Tras un quinquenio maldito (chalecos amarillos, pandemia covid y guerra de Ucrania), Macron no ha podido frenar el ascenso de la extrema derecha. Los ultras han avanzado en un mapa político arrasado. La «gran fuerza central» que el presidente reelegido ambiciona apenas ha aumentado desde 2017. La obsesión del líder centrista por eliminar el antiguo régimen de las divisiones ideológicas ha dejado un enorme boquete del que solo se salvan los extremos de distinto signo: Reagrupamiento Nacional, a la derecha, y la Francia Insumisa, a la izquierda. Hoy seis de cada diez franceses votan por partidos extremistas, populistas o antisistema que cabalgan a lomos del creciente descontento social. Macron, el hombre de pelo en pecho, seductor nato, ha descubierto en las urnas el rechazo que provoca en una parte del electorado francés.
En este nuevo orden (o desorden) post político aflora una nueva lucha de clases, de identidades, y orígenes difíciles de domesticar desde el Elíseo. Un neochoque de civilizaciones entre franceses nacionalistas-populistas, por una parte, y franceses globalistas-liberales, por otra, reemplaza a las viejas confrontaciones de ideología, etnia o religión. Macron debe atender las plegarias de los perdedores de la mundialización y recuperar los compromisos materiales e inmateriales olvidados por la velocidad sideral en la que se producen las transformaciones sociales. «Hace falta abrir un horizonte de grandeza y de orgullo sin el que una nación se disuelve», editorializó «Le Figaro». Es una tarea hercúlea la que tiene Macron por delante. Solo podemos desearle buena suerte. Por el bien de Francia y el de Europa.
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