Historia
De Valdemoro a Pekín
El de Valdemoro escribió una de las más completas descripciones de China, corrigiendo errores como la latitud de Pekín o la posición de la Gran Muralla
El mundo era más grande cuando no podía ser abarcado por satélite. Era un universo de confines inéditos, apto para espíritus inquietos. En 1571 nació en Valdemoro un niño distinto, que creció con el corazón incendiado y la vista fija en la casa que los jesuitas habían abierto en su pueblo. ¿Cómo saltar de Valdemoro a Pekín, de la España de Felipe II a la dinastía Ming? Eso cavilaba el crío, que sabía que el rey había comprado Valdemoro al Arzobispado de Toledo. Una villa con 926 vecinos censados, nada pequeña para la época y favorecida por su padre, el emperador Carlos I, con un privilegio para la producción y comercio de vino. Con 14 años, Diego de Pantoja fue a la Universidad de Alcalá y, con dieciocho, se alistó con los de San Ignacio de Loyola. Embarcó en Lisboa, se formó en la colonia portuguesa de Macao y acabó cruzando a China disfrazado de mercader luso. Hoy sueñan los jóvenes con hacerse futbolistas y conducir un ferrari, pero pocos llegarían siquiera a imaginar la aventura de Diego de Pantoja, que acabó en la Ciudad Prohibida, enseñando a los eunucos a tocar el clavicordio. A las órdenes del hermano Mateo Ricci, los jesuitas prepararon una expedición de seis barcos a través del Gran Canal, con las naves cargadas de regalos para el emperador Wanli. En enero de 1601, cuando Diego tenía apenas 30 años, recibieron la invitación ansiada de la corte. El emperador no pudo recibirlos en persona, pues se consideraba indigno, pero quedó fascinado por los obsequios, que incluían una mapamundi, un clavicordio, un grabado de San Lorenzo de El Escorial y dos relojes. Precisamente fueron los relojes los artilugios que más le impresionaron. Para arreglarlos, obtuvieron los jesuitas el excepcional privilegio de entrar hasta cuatro veces al año a la Ciudad Prohibida. Diego recibió el encargo de formar musicalmente a cuatro eunucos imperiales. Para entonces vestía como los letrados chinos, con túnica y un extraño gorro con alas negras, y era llamado Pang Diwo, una adaptación de Pantoja Diego. Se había empapado de confucionismo, hasta demostrar la compatibilidad de la fe y la ética local, y tradujo el nombre de Dios como «Tianzhu», Señor del Cielo. Las conversiones se sucedían y el de Valdemoro escribió una de las más completas descripciones de China, corrigiendo errores como la latitud de Pekín o la posición de la Gran Muralla. Sus escritos se tradujeron al francés, alemán, latín e inglés. Sobre esta increíble historia acaba de recibir el Papa un documental realizado por la diócesis de Getafe, que el lector con corazón incendiado puede rastrear en youtube: «Diego de Pantoja, SJ, puente entre Oriente y Occidente».
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