Luis María Anson

Canela fina | 70 años de estabilidad

«Isabel II ha sabido mantener la Monarquía parlamentaria como la plataforma neutral sobre la que se solucionan los problemas de la nación»

Vivió como princesa heredera la atrocidad de la Guerra Mundial. Ya Graciosa Majestad, durante su reinado, se desmoronó el Imperio británico, el más grande que conocieron los siglos. Despachó con catorce primeros ministros del Reino Unido. Recibió en el palacio de Buckingham a todos los presidentes de Estados Unidos desde 1953. Se entrevistó con varios Papas. Estrechó la mano de Mao Tse-tung y de Mahatma Gandhi. Recorrió el mundo entero. Fue acogida por el Emperador Hiro Hito de Japón y por el Rey Juan Carlos I de España, el hijo de su gran amigo Don Juan. Visitó en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial la tumba de Felipe II, que fue Rey de Inglaterra y amenazó luego su reino con la Armada Invencible.

Churchill la admiraba. Arnold Toynbee resumía en ella la historia de Inglaterra. Su presencia emocionó a las juventudes de vanguardia desde los Beatles hasta Mary Quant. Ha sabido soportar los años terribles, los agrios desequilibrios y las fracturas familiares. Tiene 96 años y durante 70 ha sido Reina de varias docenas de Estados desde el Reino Unido hasta Australia o Canadá. Isabel II ha sabido mantener la Monarquía parlamentaria como la plataforma neutral sobre la que se solucionan los problemas del pueblo. Setenta años de estabilidad y el agradecimiento profundo de unas ciudadanas y unos ciudadanos que saben lo que significa la Institución que les garantiza el futuro.

Tuvo Isabel II un momento de angustia institucional en su reinado. Con motivo del matrimonio astillado de Carlos y Diana, empalidecidos los días de luz y rosas, abrumado él por las heridas de la Historia todavía sin cicatrizar, encendidos en ella los ojos de cierva azul y engañada, las cenizas sexuales se derramaron sobre la Monarquía británica. Isabel II se dio cuenta a tiempo de que las hilanderas de la historia en la época actual no pueden tejer otros tapices que los de la voluntad popular. Se vistió de negro y en un discurso admirable y espontáneo ante las cámaras de televisión rindió homenaje a la princesa que el pueblo británico adoraba. Y ahora, cuando se acerca el fin que a todos tiene que llegar, ha disfrutado de la satisfacción inmensa de verse rodeada por el amor de un pueblo, a cuyo servicio ha dedicado su vida entera.

Luis María Anson, de la Real Academia Española