Opinión

Más diplomacia, menos Rusia

Ni tan siquiera un cambio de gobierno servirá para recomponer las relaciones con Argelia

En el siglo XIX el primer ministro Lord Palmerston dijo que Gran Bretaña no tenía amigos, solo intereses. La política exterior de cualquier país se asienta sobre dos principios básicos: sus intereses nacionales y la seguridad de sus fronteras. En el flanco sur, España colinda con Marruecos y Argelia, por esta razón nuestra relación con estos dos países es prioritaria. El primero es vital en cuestiones migratorias y en la lucha contra el terrorismo yihadista (el Sahel es el nuevo Tora-Bora), con el segundo tenemos una dependencia energética notable. Rabat y Argel están enfrentados desde los años 60 por el control del Sáhara Occidental. Como antigua potencia colonial, España adoptó en 1975 una posición de ambigüedad estratégica que nos garantizaba el entendimiento con Argelia y la no beligerancia marroquí a la espera de nuestro reconocimiento sobre la soberanía saharaui.

El pasado 18 de marzo, el palacio real de Marruecos publicó una carta del presidente Pedro Sánchez en la que se afirmaba que la propuesta de autonomía respecto a la ex colonia española es «la base más seria, realista y creíble» para lograr una solución al conflicto. Con esta misiva, Sánchez borraba de un plumazo una política exterior continuada desde hace casi 50 años. Casi cuatro meses después, Moncloa sigue sin dar explicaciones sobre este giro radical. Ante la falta de información, surgen los rumores. El deseo de España de acercarse a la Administración Biden y alinearse con su política hacia el Sáhara, heredada del presidente Trump, por ejemplo. El 7 de marzo estuvo de visita en Madrid la vicesecretaria de Estado de EE UU, Wendy Sherman. Hay quienes ven una relación directa entre este viaje y la misiva a Mohamed VI. Otra hipótesis apunta a la necesidad imperiosa del ministro José Manuel Albares de recomponer las relaciones con Rabat tras la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para tratarse por covid.

Funcionarios con los que he conversado estos días todavía ven inexplicable el volantazo. «Yo diría que fue una decisión del Partido Socialista influida por Albares que quiso así reparar el otro despropósito de llevar a Ghali a curarse a España sin advertir a los marroquíes». Lamentan la falta de previsión de un Ministerio que es nuestro escaparate exterior: «Parece que actúan sin pensar bien las cosas». Pues la carta del presidente del Gobierno ha abierto un conflicto con Argelia agravado por el contexto de crisis energética derivada de la guerra de Ucrania. El Gobierno español atribuye la hostilidad de Argelia a las presiones de Rusia. Pero es una cuestión lateral. Argelia participó en el Movimiento de Países No Alineados, que en realidad estaba bajo la influencia de la URSS. Pese a ello, España construyó con Argel una política de buena vecindad rota ahora a pedazos.

El enfrentamiento tiene una difícil solución. Ni tan siquiera un cambio de gobierno serviría para recomponer las relaciones. «Habrá que ir poco a poco, midiendo bien las decisiones, tal vez con gestos pequeños con los saharauis a lo largo de los años venideros», me aseguran. El conflicto tiene otra derivada: Ceuta y Melilla. Nuestra ambigüedad sobre el Sáhara suponía una salvaguarda para las dos Ciudades Autónomas que ahora ha desaparecido sin que Marruecos nos haya dado garantías sobre su españolidad. Mal negocio.