Arabia Saudí

El enemigo de mi enemigo es mi amigo

La cuestión palestina supone un freno para que Arabia saudí reconozca formalmente a Israel

En 2015 los cables diplomáticos saudíes publicados por WikiLeaks dejaron al descubierto los esfuerzos de Riad para contrarrestar la influencia regional de Teherán. La revelación más elocuente que contenían los papeles del Departamento de Estado de EE UU filtrados por el portal de Julian Assange era la cita del ex ministro de Exteriores, Abdel al Jubeir, que ponía en boca del entonces rey Abdalá el deseo de que «[Estados Unidos] cortase la cabeza de la serpiente» en referencia a Irán. En esta soterrada pugna entre Riad, potencia suní, y Teherán, referente chií, por convertirse en el poder hegemónico de Oriente Medio, los caminos de Arabia Saudí e Israel se cruzan. Ya conocen el proverbio árabe: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Como consecuencia los contactos y el intercambio clandestino de inteligencia entre las dos naciones se ha intensificado en los últimos años. El acercamiento informal entre Arabia Saudí e Israel está en la génesis de los «Acuerdos de Abraham». Sin embargo y a pesar de esta indisimulada sintonía, Riad se ha quedado al margen de la estrategia diseñada por la Administración Trump para promover el reconocimiento del Estado judío entre los Estados árabes. El presidente Joe Biden ha emprendido una gira por la región para dar un empujón a la normalización de relaciones entre estos dos socios estratégicos. Pero el reconocimiento formal todavía está lejos. El Reino se ve a sí mismo como el guardián de los sitios sagrados del islam y el líder natural dentro del mundo musulmán; por lo que todavía tiene reparos en dar este paso. Está a otro nivel de Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Sudán o Baréin que firmaron los acuerdos con Israel en 2020. Para los israelíes la normalidad de relaciones con Riad es el premio gordo. Sin embargo, la cuestión palestina funciona como un freno para los saudíes. Consideran que los israelíes deben avanzar en el establecimiento del Estado palestino para obtener su bendición. Y hay poco optimismo en esta cuestión. Las conversaciones entre israelíes y palestinos están congeladas desde 2014. El Gobierno del Cambio en Israel ha implosionado y ha convocado elecciones anticipadas para el 1 de noviembre. En este contexto de interinidad, ningún político tiene la legitimidad y la fuerza para reactivar el proceso de paz.

Aun así, Biden llega hoy a Arabia Saudí dispuesto a impulsar los lazos entre las dos naciones mientras quiere asegurar la producción adicional del petróleo que garantice precios moderados del combustible ante una inflación que amenaza con situarse en los dos dígitos. Pero ninguno de estos dos asuntos va a generar más controversia que el encuentro entre Biden y el príncipe heredero, Mohamed Bin Salman (MBS), el encargado de gobernar el día a día del país con puño de hierro. Los servicios de inteligencia estadounidenses señalaron MBS como el responsable del descuartizamiento del periodista saudí, Jamal Khashoggi. En campaña, el entonces candidato presidencial prometió convertir a Bin Salman en un paria internacional. También dijo que centraría su política exterior en la promoción de los derechos humanos. La Casa Blanca se ha sacado de la manga un protocolo covid para no estrechar la mano al heredero, pero una foto será suficiente para rehabilitar al asesino –CIA dixit–.